lunes, 30 de enero de 2017

El secreto del pequeño equilibrista

Desde que tengo uso de razón, san Juan Bosco ha sido uno de mis santos preferidos; sus Memorias para el Oratorio de san Francisco de Sales fueron, con casi total seguridad, el primer escrito de un santo que yo haya leído de comienzo a fin. La historia de su vida, llena de aventuras fascinantes, mucho buen humor y un inmenso cariño por los niños y jóvenes me conquistaron en seguida, y mi corazón sigue dando un saltito de alegría cada vez que se acerca el 31 de enero, fecha de su fiesta.



Cuando se habla de Don Bosco, casi siempre salen a relucir su paciencia, su alegría, su amor por la juventud, su arrojo... pero no es tan frecuente oír acerca de otra de sus más interesantes virtudes: la confianza en la Divina Providencia. Las palabras providencia y providencial se repiten no menos de quince veces en sus memorias para señalar, ya una ayuda inesperada, ya el consejo de un amigo e incluso adversidades y reveses. No es de extrañar que uno de sus discípulos, san Luis Orione, al fundar su obra lo hiciera bajo el amparo de la Divina Providencia.

Uno de los episodios menos conocidos de la historia de este santo ilustra brillantemente este punto:

Al poco tiempo de ordenado sacerdote, yendo a predicar un sermón a Lavriano, una bandada de pájaros espantó a su caballo, que se desbocó y acabó arrojándole sobre un montículo de piedra, dejándole inconsciente. Despertó una hora después, en la casa de un campesino que había visto el accidente y había corrido a socorrerle. Este buen hombre, llamado Juan Brina, rechazó todos los agradecimientos del santo, diciéndole que él mismo se había visto muchas veces en la necesidad de recibir ayuda de otros en diversos accidentes y pasó a contarle uno de ellos. Resultó ser que una vez, regresando una noche lluviosa de una feria en Asti, su burra se quedó empantanada en un lodazal sin que ninguno de sus esfuerzos lograran sacarla de ahí. Como no sabía qué hacer, se puso a gritar pidiendo auxilio y a los pocos minutos aparecieron cuatro hombres, entre ellos un seminarista, que lo ayudaron a desatascar la burra y el cargamento y lo llevaron a la casa de ellos. Allí le ofrecieron todo para asearse y comer y una buena cama para pasar la noche. A la mañana siguiente, antes de irse, quiso pagarles, pero el seminarista le había dicho que guardara el dinero, que quizá en el futuro se daría la oportunidad de devolverles el favor. La sorpresa y la emoción del campesino al descubrir que aquel seminarista era el sacerdote al que había socorrido ahora eran indescriptibles.

Don Bosco vio en aquella situación no solamente la oportunidad dada a Juan Brina de devolver un favor, sino que también el consuelo de ser ayudado por un amigo en una dificultad; y además, consideraba que la caída del caballo le había servido para crecer en humildad (pun intended): había preparado un sermón elocuente del que estaba muy orgulloso y con el que pensaba gloriarse; y Dios le había mostrado, de una manera un poco humorística después de todo, que el poder dar una buena homilía depende mucho más de Dios que del esfuerzo humano, y que basta un caballo desbocado para que toda la hinchazón de vanidad se quede en nada. El fundador de los salesianos veía, en estos pequeños detalles, la mano de la Providencia.

Quizá el tema de la Divina Providencia sea uno de los que menos tocamos precisamente porque en nuestra vida suceden una serie de cosas que no podemos explicar, a las que no encontramos razón: a menudo los inocentes sufren, los que hacen maldades triunfan, los deshonestos y los obsecuentes alcanzan fama y poder; de dos personas que piden un milagro, una lo recibe y otra no; una persona abraza con total sinceridad, entrega y buena intención el matrimonio o la vida consagrada y al poco tiempo su proyecto se derrumba. En ese sentido la doctrina de la Divina Providencia se enfrenta a uno de los principales - si no el principal - argumentos contra la existencia de Dios: el problema del mal.

Don Bosco era consciente de ese problema y lo experimentó innumerables veces en su vida: su padre murió cuando él era un niño pequeño y su familia quedó sumergida en la pobreza; tuvo que hacer enormes sacrificios para estudiar; su hermanastro se oponía y le trató con tanta crueldad que tuvo que irse de su propia casa; sufrió la muerte de sus benefactores, el abandono de innumerables colaboradores, incomprensiones, acusaciones de locura, oposición por parte de las autoridades, etc, etc, etc.

"Muchas ramas subían y bajaban como festones; otras colgaban en perpendicular sobre el sendero. Estaban todas cubiertas de rosas. Aún sentía fuertes dolores en los pies; tocaba rosas por todos lados, sintiendo espinas más punzantes aún; y sangraba no sólo por las manos sino por todo el cuerpo. Animado por la Virgen proseguí mi camino". San Juan Bosco, sueño del rosal

¿Cómo se conjuga entonces la fe en la Divina Providencia con los reveses de la vida? ¿Cómo puede uno lanzarse confiadamente y no derrumbarse cuando las cosas no salen bien?

Una de las canciones más bonitas de entre las dedicadas a san Juan Bosco intenta, de un modo poético, enfrentar esta dificultad: Piruetas en la cuerda. El compositor hace en ella una parábola de la vida espiritual con base en el oficio de saltimbanqui con el que don Bosco siendo niño entretenía a la gente de su pueblo para predicarles luego acerca de la fe. La canción se centra principalmente en la idea de caminar en la cuerda floja:

La mirada adelante,
sin temer la caída:
fue poco a poco que aprendimos,
el secreto del pequeño equilibrista:
poner entero en cada paso el corazón
y hacer piruetas por amor.

El primer consejo es: la mirada adelante, que recuerda el pasaje de la carta a los Hebreos: "Arrojemos todo el peso del pecado que nos asedia, y por la paciencia corramos al combate que se nos ofrece, puestos los ojos en el autor y consumador de la fe, Jesús" (Heb 12, 1-2). La confianza no es una confianza ciega en la nada, sostenidos por nuestras propias fuerzas; no tememos la caída porque tenemos la mirada puesta en Cristo, para imitar su ejemplo y aferrarnos fuertemente a su amor.

¿Cuál es el secreto del pequeño equilibrista? Poner entero en cada paso el corazón: no dice "en el llegar al otro lado" sino en cada paso. Se trata de dar con toda confianza el paso que toca hoy, dejando en manos de Dios, mientras tanto, los siguientes; y hacer piruetas por amor: esto es, esforzarse y sacrificarse por amor al prójimo.



Y sigue:

Con los brazos abiertos,
por guardar equilibrio,
el paso lento, pero firme,
sin temor a hacerse cargo de uno mismo;
soltar descalzos en la cuerda nuestros pies,
¡Todo es posible con la fe!

El primer verso es una advertencia contra el egoísmo: el que cierra los brazos, se encierra en sí mismo y cae; hay que soltar descalzos los pies en la cuerda; y sin embargo el paso ha de ser lento y firme. 

¿Cómo puede hacerse eso? ¿Cómo resolver esta paradoja del arrojarse prudentemente? ¿Cómo es posible? Todo es posible para Dios, todo es posible con la fe. Es Dios quien hace la obra, Él, que todo lo puede. Pero hace falta algo más, el granito de arena que pone el hombre: la fe. Nada de esto es posible sin Dios; nada de esto es posible sin fe. Por eso dice: lo mejor de la vida es regalo y esfuerzo - entrega de Dios y entrega del hombre - Con los pies en la cuerda dejar que el milagro despierte adentro y nos empuje por la huella del que amó primero.

He aquí la clave, he aquí el secreto de la confianza del pequeño equilibrista en la Divina Providencia: no se trata de autoconvencerse de que todo va a salir de acuerdo al plan que hemos imaginado o soñado: se trata de dar un paso a la vez, un paso, sobre la cuerda floja sí, pero un paso firme, que ha sido valorado en su justa medida, con plena fe en Aquel que todo lo puede, con la mirada fija puesta en Él, que es el destino feliz al que deseamos llegar. Sea por donde sea que vaya la cuerda, sea donde sea que termine, poco importa si hacia Él nos lleva. Pero el mismo que es nuestro destino es nuestro camino: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6);  "El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12). No importa cuán tortuoso sea el camino, debemos tener confianza de que no nos perderemos, si dejamos que el Espíritu Santo nos empuje por la huella del que amó primero.  (Cfr. 1 Jn 4, 10) Y Este que amó primero no quiere otra cosa que que le amemos y nos amemos sinceramente los unos a los otros: "Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 13, 34). Cristo es nuestra estrella, y este mandatum novum nuestra brújula, tal como lo expresaba san Agustín: "Ama y haz lo que quieras".

Sigamos entonces el ejemplo de don Bosco, confiando cada día y cada paso de nuestra existencia en las manos de la Divina Providencia para que nuestros pies estén firmes en sus senderos y no titubeen nuestros pasos (Cfr. Sal 16, 5), haciendo piruetas por amor hasta que, llegados al otro extremo y  en despertando, nos saciemos con la visión de su Semblante (cfr. Sal 16, 15)

2 comentarios:

  1. Gracias Cecilia por este hermoso comentario sobre Don Bosco y por interpretar tan bien la espiritualidad de esta canción que nació allá en mi juventud, hace 28 años, pero que me acompaña cada día en mi vida de fe. Jorge Pérez

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. ¡Muchas gracias por tomarte el trabajo de venir a comentar! Y me alivia mucho saber que más o menos le acerté con la interpretación.

      Me encanta la canción y cada tanto vuelvo a ella, lo mismo que a Juan 17 y En Piedras Vivas, que son las que he podido encontrar por ahí. Supo haber en casa un cassette con montón de canciones, y a veces me acuerdo de versos de algunas, como la que dice "Anda libre por ahí, saltando como un gorrión, busca, busca, busca, miguitas de amor" y aquella otra de "me gusta leer, sobre psicología, y poderme entender las locuras mías...". ¿Habrá alguna manera de hacerse de esas canciones otra vez? hará flojo 15 años que no las escucho. ¿Quizá sale para Spotify? #Sugerencias.

      Borrar