domingo, 8 de enero de 2017

El buey mudo y el cerebro en un frasco

Hace unos días, revisando un devocionario nuevo, me crucé con aquella conocida plegaria de santo Tomás, Oración Para Ordenar Sabiamente la Vida. De no haber dicho el título Oración de santo Tomás de Aquino, y de no haberla rezado muchas veces, no la hubiera reconocido. Sin lugar a dudas con la mejor intención, el autor la había adaptado un poco, buscando darle un estilo más “cálido”: expresiones como “¡Oh Jesús, que tanto me amas!”, “indiferente a todo lo pasajero”, “vuélveme amargo todo placer que no se dirija a Ti”, “¡O Jesús, mis delicias y mi vida!”, “Siempre pronto a luchar después de cada borrasca”, “haz que la penitencia me haga sentir las espinas de tu corona”, etc, etc, etc. Hacen recordar más bien a la Oración de la Confianza de san Claudio de la Colombière que a cualquier escrito del Aquinate. No es que tenga nada en particular que reprocharle a san Claudio y a su estilo, simplemente no encaja con el del Doctor Angélico.

Eso me lleva a una conversación que he tenido, con distintas personas, pero cuyo transcurso es siempre más o menos el mismo. Yo digo que soy devota de santo Tomás, y la respuesta inmediata es: “Ah, sos tomista”. Ok. Sí y no. El punto es que Devoto de santo Tomás y Tomista no son exactamente la misma cosa, aunque puedan (y suelan) darse juntas en el mismo sujeto. No voy a negar que mi propia devoción a santo Tomás creció bastante cuando el De Unitate Intellectus Contra Averroistas me salvó el pellejo cuando tuve que escribir un ensayo sobre el Gran Comentario al De Anima de Averroes. Benémerito Averroes. Leer a éstos árabes es como hacer malabares mientras otro te va quitando y agregando pelotas. Al final no sabés ni cuántos intelectos tenés ni cuál es cuál. Pero me estoy yendo por las ramas.

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Puede parecer un poco feo eso de tener a Averroes a los pies, haciendo team con Platón y Aristóteles, pero créanme, después de tener que lidiar con el Comentador... uno cambia de opinión.
El punto es que ese tipo de conversaciones me dejan un regusto amargo. Me explico. Un Tomista es aquel que, ya en Filosofía, ya en Teología, se inspira en el pensamiento de santo Tomás. Un devoto de santo Tomás es como un devoto de cualquier santo: siente cierta afinidad espiritual con el santo, le pide su intercesión en las dificultades y trata de imitar sus virtudes. El problema de reducir devoto de santo Tomás a tomista es el de reducir la devoción a algo pura y exclusivamente intelectual. En el fondo nuestro imaginario interlocutor parece pensar que al Aquinate únicamente se lo puede admirar como a un intelecto brillante. Dicho en otras palabras, el Angélico es para él un cerebro en un frasco.


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Esto no es una estampita de un santo teólogo
Y sin embargo santo Tomás no era un cerebro en un frasco. Me gusta traer a colación cuando converso sobre esto la siguiente anécdota. Dicen que, siendo Tomás todavía un niño, durante una tormenta, un rayo alcanzó el castillo donde vivía, matando a una de sus hermanas y a la nodriza. Desde entonces las tormentas le causaban temor, y solo en el templo se sentía tranquilo durante ellas. Perfectamente natural, perfectamente humano.

Nuestro interlocutor imaginario podría entonces volver a la carga y decir que las oraciones de santo Tomás son lo más frío que hay. Quizá lo mismo que pensó el amable traductor-adaptador del que hablaba al comienzo. Esa asunción es desde mi punto de vista, errónea. Santo Tomás no es frío. Es simple.

Me explico con un ejemplo. Cuando mi sobrino quiere que lo levante en brazos, no hace elaborados discursos. Me tira los brazos y grita: “¡UPA!” y con eso le basta para alcanzar lo que quiere. Sería extraño verlo decir: “Tía, sé que me amás con todo el corazón; que soy tu sobrino favorito, porque soy el único. Es tanta la confianza que tengo en tu amor, ¡Oh tía de mi alma! que no dudo de que me tomarás en brazos, me acariciarás y me besarás con la plenitud de la ternura hacia mí que reside en tu inmenso y bondadoso corazón”. Weird.

¿Eso significa que un lenguaje más sentimental está necesariamente mal? No. No podríamos imaginarnos a [inserte héroe favorito de una novela de Jane Austen] corriendo hacia su amada gritándole “¡AMAME!”

¿Quién hubiera dicho que Hugh Grant era capaz de interpretar un personaje que no fuera repugnante?
Nop. Niet. Voch. Não. No. Definitivamente no.





Santo Tomás es un santo que desea a lo grande y pide como un niño. La forma y la “intelectualidad” de sus pedidos poco y nada tienen que ver con un racionalismo espiritual. Cuando aquel sacristán escuchó al Cristo del crucifijo decirle al Angélico: “Has escrito bien de mí, Tomás, ¿Qué quieres como recompensa?”, nuestro santo no respondió “Entender x problema teológico”, “Poder explicar satisfactoriamente el problema y”; contestó: “Non nisi Te, Domine”: nada que no sea Tú mismo, Señor. El conocimiento para santo Tomás no es un fin en sí mismo; es condición y fruto del amor. La verdad que conocemos es un bien, que atrae nuestra voluntad a amarla; y deseamos conocer aún más aquello que amamos.

Soy devota de un santo, no de un cerebro en un frasco. Sin lugar a dudas, admiro su inteligencia y sabiduría; sin lugar a dudas, me gusta su estilo y sus escritos me resultan iluminadores. Pero no únicamente de eso que se alimenta mi devoción. Quizá el momento del quiebre principal fue cuando me uní (De algún, modo, larga historia) a la Cofradía de la Milicia Angélica (¿Les dije ya que sigan al promotor de la Provincia de San José en Instagram y en Twitter? ¿Sí? @AWCeast y @AWCeast). Desde entonces se ha vuelto mi amigo, mi hermano mayor y mi cómplice (Hasta de vez en cuando lo trato de “Tommy” o “Gordo”. Espero que eso no me acabe costando una temporada de más en el Purgatorio). A nuestro interlocutor imaginario le digo: saque a santo Tomás del frasco en que le ha puesto. No vea solamente al teólogo, vea al santo teólogo. Y si no, aunque sea, acepte y entienda que los devotos de santo Tomás no somos devotos de un cerebro en un frasco.

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