viernes, 10 de febrero de 2017

Severus Snape y la sed de amor infinito

Lo que sigue es un texto que elaboré vaya uno a saber cuándo y que encontré de casualidad hoy. Está lleno de spoilers, el estilo no es demasiado cuidado, y probablemente le parezca exagerado a unos cuantos: apelo, de todos modos, a la benevolencia del lector. Si lo publico es porque creo que, más allá de todo, plantea una serie de ideas interesantes, especialmente en el terreno de los principios, que pueden ayudar a fomentar la reflexión y la discusión.

Harry Potter y… sin dudas hemos oído hablar innumerables veces, ya sea de las novelas de J.K. Rowling que tienen como protagonista al mago adolescente, ya de las versiones cinematográficas de las mismas, y desde todo tipo de perspectivas. Unos la consideran una historia genial, otros incluso una obra maestra, otros, unas noveluchas más del montón. Unos entienden que es una saga interesante, que mueve a reflexión y deja al lector una serie de enseñanzas morales; para otros, es una promoción de la brujería, y hasta incluso del relativismo. Dejando de lado por ahora estas discusiones, es evidente que, como los guarismos comerciales, tanto de los libros como de las películas y el merchandising demuestran, es una historia que engancha, y probablemente por más de un motivo.

Generalmente las historias que atraen a los lectores son aquellas en que encuentran expresadas de un modo claro circunstancias de la vida que tienen un paralelo en las del propio lector, o que retratan un personaje con el que es posible sentirse identificado. Por eso podría resultar llamativo al que lo ve de afuera descubrir que uno de los personajes más populares de la saga es uno de los principales antagonistas: el profesor Severus Snape. Mayor sería su asombro si descubriera que es descrito como un personaje físicamente repulsivo: delgado, de piel amarillenta, de tranco semejante al de una araña, cabello negro, largo y grasiento, nariz ganchuda, dientes torcidos, ojos negros como túneles y la ropa manchada de toda clase de ingredientes de pociones. Si nos volvemos a su descripción psicológica, el balance no mejora: sarcástico, frío, vengativo, impaciente, rencoroso...) cabría preguntarse si realmente un personaje así puede generar la simpatía que ha generado. A lo largo de la serie las acciones del profesor Snape se muestran ambivalentes, y hasta no completada la serie los fanáticos discutían fuertemente tratando de dilucidar si pertenecía al bando de los buenos o de los malos. Si bien tuvo sus defensores desde la primera hora, su popularidad aumentó enormemente una vez finalizada la saga, cuando se reveló que, a pesar de todas las apariencias en contrario, el profesor de pociones se había dedicado, con gran riesgo, a proteger y ayudar a Harry.

En la que es sin dudas una de las escenas más famosas de la serie, Harry ve en una memoria del difunto profesor, cómo Dumbledore, el director de Hogwarts, le revela a éste que Harry debe morir para derrotar al mago que amenaza a la humanidad: lord Voldemort. Snape se horroriza ante la idea, y se queja de que Dumbledore les ha estado usando a Harry y a él todos esos años. “¡Lo has estado preparando como un cerdo para el matadero!”. Dumbledore no responde a la acusación, sino que le hace una pregunta: “No me digas que has llegado a tomarle cariño al chico…” a lo que Snape, devolviendo la capciosidad, contestó: ¿a él? ¡Expecto patronum!” y de la punta de la varita de Snape salió un patronus.


Los patroni en el mundo de Harry Potter son un encantamiento que protege de los dementores, criaturas que se ceban de los sentimientos de los humanos, borrándoles los placenteros y acentuando los dolorosos. Los patroni pueden funcionar además como mensajeros, y tienen por así decir, una doble fuente: el mago que realiza el encantamiento y un recuerdo feliz que este ha de evocar a la hora de conjurarlo. Cuanto más potente sea el recuerdo feliz, más potente será el patronus. Generalmente la forma corpórea de éste refleja alguna característica del mago que lo produce. Así, el patronus del profesor Lupin se asemeja a un lobo, porque este profesor era un licántropo. El patronus de un mago raramente cambia de representación corpórea, y si lo hace es a causa de un evento traumático y radical que le haya afectado profundamente.

En los libros se menciona que uno de estos sucesos es nada más y nada menos que el amor. Cuando un mago ama a alguien firme, profunda y definitivamente, puede suceder que la forma corpórea de su patronus cambie para identificarse con la de aquel que ama. Y ese es el descubrimiento que hace Dumbledore en aquel recuerdo que Harry ve: el patronus de Snape resembla el de Lily Potter, la madre de Harry. Lily había sido amiga de Snape durante buena parte de su infancia y adolescencia, aunque su amistad murió cuando Snape se involucró con las artes oscuras. Dumbledore se sorprende, y emocionado hasta las lágrimas le pregunta: “¿Lily? ¿Después de todo este tiempo?” La respuesta de Snape es breve y directa: “Siempre”. Por simple que parezca, esa palabrita se ha transformado para los fanáticos de Harry Potter casi que en un sinónimo de “amor”, y por poco profunda que sea la investigación que se haga de los elementos populares de la saga, se la encontrará profusamente.

Ciertamente esta historia está llena de actos de amor generosísimos: el padre de Harry se interpone entre Voldemort y su esposa para darle algún segundo más de tiempo para escapar; Harry corre a enfrentarse con Voldemort cuando cree que éste está torturando a su padrino, y este otro a su vez corre a intentar rescatar a Harry cuando lo ve en peligro; Harry salvará por puro amor y generosidad, y exponiéndose grandemente, la vida de muchos: Ginny, Hermione, Draco… Y sin embargo los amores más recordados de la obra son el de Lily por su hijo y el de Snape por Lily.

Muchos quieren ver en Snape no más que un psicótico obsesivo: “no la amaba -dicen- solamente estaba obsesionado con ella y nunca pudo dejar atrás que ella se haya casado con otro”. Sin embargo, hay algo en este argumento que hace ruido. Santo Tomás de Aquino, en el tratado de la Summa Theologiae que dedica al estudio de las pasiones, dice que, frente a algo deseable, la primera inclinación del hombre es el amor, entendido como deseo, como un tender hacia algo. Cuando algún obstáculo se interpone entre nosotros y aquello que deseamos, pueden surgir dos pasiones distintas: si el obstáculo puede ser removido o superado surge la ira, y de esta, la esperanza de superarlo; si, por el contrario, el obstáculo se muestra insalvable, la persona se hunde en la desesperación: se convence de que no va a lograr alcanzar aquello que desea. Volviendo al profesor Snape, es este elemento el que arroja luz sobre la situación: una vez muerta Lily, si lo suyo fuera una simple obsesión, de tipo carnal y terreno, Snape debería haberse desesperado, y sin embargo el hombre que vemos en el recuerdo de la oficina de Dumbledore no lo está; podríamos intuir que hay en él… ira y esperanza. ¿Cómo?
Solo queda que Snape amaba verdaderamente a Lily. Y, como también enseña santo Tomás, el amor nos hace semejantes a aquello que amamos; el amor hace que, de algún modo, el otro habite en nuestro ser, en la memoria y el afecto, y que entonces, de la misma manera, vivamos también de algún modo nosotros en aquellos a quienes amamos. Y para que ésto sea posible, es necesario que salgamos de nosotros mismos. El obsesivo, como es egoísta, es incapaz de salir de sí mismo; quiere absorber al otro, no darse al otro y abrirse para recibirlo. Que Lily haya muerto no es para Snape un obstáculo insalvable, una causa de desesperación. Lily era capaz, en palabras del profesor Lupin, de ver en los demás talentos y capacidades que muchas veces los propios interesados eran incapaces de ver en sí mismos.

Para Snape Lily es signo de libertad, pues le recuerda que él no está predestinado a ser malo o mediocre; es signo de esperanza, porque su cariño y su amistad le mostraban que ella confiaba en que él podía superarse, podía llegar a ser un gran hombre, podría tener en sí mismo todo aquello que amaba ver en Lily, amar desinteresadamente como ella misma amaba. Él puede amar de este modo a Lily aunque ella haya muerto; puede corresponder a su amor y a su cariño esforzándose por ser el hombre bueno, el gran hombre que es capaz de ser.


Y a la luz de esto, el patronus del profesor Snape cobra un nuevo significado: Lily, su memoria, su amor, son capaces de hacerle seguir adelante, de protegerle del desaliento e incluso de otros enemigos también. Es interesante como el arco de la historia se completa entonces con la muerte de Snape a manos de lord Voldemort, como consecuencia final de todos sus actos de defensa y protección de Harry. Muchos dicen “Snape y James estaban de acuerdo en una cosa: ambos estaban dispuestos a sacrificar a James para salvar a Lily”, pero yo les contesto: “al final del día, Snape y Lily pusieron por obra la misma cosa: ambos murieron voluntariamente por Harry”. No está de más recordar aquí el sabio pensamiento expresado por Dumbledore: no son nuestras aptitudes o talentos los que nos hacen buenos o malos, sino nuestras acciones.
El lector podría decirme ahora, “todo muy bien, pero ¿cómo coadunas este amor tan puro, tierno e inconmovible de Snape con todas las características horrendas de su carácter que mencionaste más arriba?” Yo creo que esto es precisamente lo que hace más atractivo el personaje de Snape. Él es, de entre los personajes de la saga, el penitente por excelencia. La “conversión” de Snape, del mal y el egoísmo al bien y la generosidad, no es total e inmediata, sino gradual y dolorosa. No es la iluminación de un minuto, sino el trabajo fatigoso de días, semanas, meses, años, de actos de virtud cada vez más grandes y costosos. Por ello los lectores pueden identificarse con Snape: en el fondo no somos tan distintos.

La historia de amor de Snape despierta en nosotros algo tan profundamente humano, que no solemos prestarle la atención debida: estamos hechos para el amor. Todos deseamos ser amados con un amor así, firme, constante, inconmovible, impetuoso y tierno a la vez; pero no solo deseamos ser amados así, sino que deseamos por nuestra parte, amar nosotros de esta manera, darnos hasta la oblación total de nosotros mismos. Y sin embargo junto a estos deseos vemos en nuestra alma, paradójicamente, toda clase de emociones y sentimientos egoístas y mezquinos. A todos nos cuesta perdonar, nos cuesta ser pacientes con los demás, nos cuesta ser compasivos o empáticos con los otros… Somos amados infinitamente por Dios, queremos amarle de todo corazón, y sin embargo, pecamos, muchas veces por apegos a cosas pasajeras o de escaso valor; apego al placer, a la comodidad, al orgullo, a un amor propio exagerado, etc.


Compararnos con personajes como Lily o Lupin no nos ayudan a solucionar esta contradicción, porque lo que vemos en ellos es una humanidad integrada, generosa, liberada casi totalmente de esta lucha y división interna. En cambio, el personaje del profesor Snape no solo nos genera empatía, sino que nos ayuda a no desesperarnos: el obstáculo a recibir plenamente el amor de Dios y a entregarnos a Él no es insalvable, la contradicción no es signo de hipocresía desde que haya lucha por mejorar, por llegar a ser aquellos santos que Dios pensó desde toda la eternidad.

La historia de Snape nos enseña entonces no solamente que nuestros defectos pueden ser superados, sino que incluso podemos llegar a amar hasta el extremo, porque hemos sido antes amados al extremo a nuestra vez. Es posible que, luego de muchos años de vida cristiana, con todas sus alegrías, pero especialmente con sus sufrimientos y trabajos, a pesar de ser derrotados una y otra vez en las escaramuzas cotidianas contra nuestros vicios, a pesar de estar llenos de defectos, nos pregunten: “¿Amas a Cristo? ¿Después de todo este tiempo?” y evocando en nuestra alma la imagen de Aquel que nos amó hasta el fin y se entregó por nosotros hasta la muerte y muerte de Cruz, para que tuviéramos vida en abundancia, para que pudiéramos amar como Él nos amó, contestemos: “Siempre”.

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