miércoles, 1 de marzo de 2017

Poema en honor al santo hábito



Yo tengo un hábito, blanco
como una vida que empieza
y, como un grito de muerte,
lo cubre una capa negra.
Y es perfecto, que al mirarlo,
vida y muerte se recuerdan
y vida y muerte se hermanan
y se amigan y se besan.
Y no es ya la muerte signo
de terrores y tristezas,
no es ya ni muerte tan sólo,
que es ¡puerta de vida eterna!

Yo tengo un hábito blanco
como una vida que empieza,
que por amor a la muerte
se cubre con capa negra.

Vida y muerte de la mano
Juntas por la misma senda.
¡Qué meditación tan honda
mi cuerpo sobre sí lleva!
La muerte, con sus abismos…
La vida, con sus promesas…

Blanco es el hábito mío
lo mismo que la azucena.
Y negro como la noche
de huracanes y tormentas.
Blanco, como la sonrisa.
Negro, como la tristeza.
Blanco como la alegría
y negro como la pena.
Blanco, como nieve virgen.
Negro, como la ilusión muerta.
Es blanco como la luna
y su cortejo de estrellas,
es negro como los vientos
gritando entre ramas secas…
Es blanco como la espuma
que el mar regala a la arena…
Es negro como el pecado,
—signo y cruz de penitencia—,
es blanco como la fe,
blanco como la pureza,
y porque quiso María,
—bendita Madre— que fuera,
es: ¡blanco como la Hostia
que el cuerpo del Hijo encierra!

¡Qué meditación más honda
mi cuerpo sobre sí lleva!

La vida y la muerte juntas
como alegres compañeras,
¡qué prodigio de equilibrio
y qué lección de prudencia!

Negro y blanco, muerte y vida
seguiréis siendo en la tierra,
pero en el cielo seréis
negro y blanco, ¡vida eterna!

Fr. José Mª Guervós, OP.



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domingo, 12 de febrero de 2017

Bajo el escapulario*

*El texto original en inglés fue publicado en http://www.dominicanajournal.org/under-the-scapular/ el 16/7/15. Traducción nuestra, en honor a la memoria del beato Reginaldo de Orleans, que se celebraría hoy.

por fray John Sica, OP.

Cuando me estaba preparando para entrar a la Orden de Predicadores, le pregunté a mi confesor, dominico, lo siguiente: ¿Deberé seguir usando mi escapulario del Carmen cuando sea Dominico?

Comencé a usar el escapulario cuando siendo un estudiante liceal redescubrí la fe en la que había sido criado; inmediatamente me puse a buscar alguna clase de signo sensible que expresara y alimentara mi nueva devoción, y lo que encontré fue el escapulario del Carmen que había recibido durante la preparación para mi Primera Comunión.


El escapulario del Carmen fue entregado por la bienaventurada Virgen María a san Simón Stock para que lo vistiera la Orden Carmelita. La Virgen prometió que aquellos que lo llevaran con devoción serían preservados del fuego del Infierno. Los laicos participan de esta promesa usando una versión adaptada, más pequeña, del mismo: dos cuadrados de lana conectados por cordones que se viste sobre los hombros. Todos los que reciben el escapulario, al quedar vinculados a la Orden Carmelita, reciben también el especial afecto maternal de María hacia esa Orden.

El mío era uno de esos super baratos con cubierta de plástico, y yo no podía aguantarlo puesto. Así que, un día, tomé las tijeras para hacerle una cirugía: en lugar de quitarle el plástico acabé arrancándole el cordón; ahora necesitaba un nuevo escapulario.

Finalmente lo adquirí y llegó por correo justo cuando estaba por mudarme para ir a la universidad: demasiado tarde como para pedirle a mi párroco que lo bendijera, así que decidí pescar al primer fraile dominico que viera en cuanto llegara a Providence College. Y así sucedió que intercepté a uno que iba caminando un buen trecho por delante de mí en el campus. Luego de una corta caminata hasta la capilla, lo bendijo. Yo nunca le había visto antes, pero justo ahí, en ese momento, me dijo algo que yo no estaba pronto a oír en aquel entonces: ¡Que yo tenía vocación dominica y que iba a acabar siendo fraile! Este dominico es el mismo que mencioné al comienzo. Esto no era parte de mi plan, pero se ve que sí era el plan de Nuestra Señora del Carmen.

Así que ahí estaba yo, preguntándole acerca del mismo escapulario que él había bendecido casi cuatro años antes y sin darme cuenta, contemplando la Providencia que la había puesto como protectora en mi vida. Este fraile me contestó que los dominicos también visten un escapulario.

En los comienzos de la Orden, un clérigo famoso, el maestro Reginaldo de Orleans, deseaba complacer al Señor abrazando un modo de vida nuevo y más fervoroso. Luego de haber enfermado repentinamente, santo Domingo se lo encontró varias veces, hasta que se decidió a entrar en la Orden Dominica. Tal como lo narra el sucesor de santo Domingo, "luego de ello, se recuperó completamente de su enfermedad, pero solamente en virtud de un milagro que sucedió enseguida después de que su condición se hubiera vuelto desesperada" (Libellus, nº57) ¿Qué fue lo que sucedió?

"Durante una de sus fiebres la Reina de los Cielos y Madre de Misericordia, la Virgen María, se le apreció visiblemente y ungiéndole los ojos, la nariz, las orejas, la boca, el pecho, las manos y los pies con un óleo calmante, le dijo: "unjo tus pies con aceite santo en preparación para el Evangelio de la paz". Después, le mostró el hábito completo de la Orden. En seguida se sintió bien...

Anteriormente, el hábito dominico no tenía escapulario; pero a través de esta visión la bienaventurada Virgen María le dio a la Orden Dominica el escapulario blanco como signo especial de su amor maternal. Ella le mostró al beato Reginaldo de qué manera quería que abrazase un nuevo modo de vida más fervoroso cuando le mostró el hábito completo de los frailes dominicos, Orden en la que sería un bravo predicador para salvación de las almas. Tal como atestan todas las historias de los primeros tiempos de la Orden, el cuidado maternal de nuestra Señora se extendió de manera especial sobre nosotros: ella, que abrió tantas puertas a nuestros frailes, que nos libró de los ataques del demonio y que confirmó en su vocación a los hesitantes.

Nuestra Señora del Carmen me había amparado desde que retorné a la fe - no solamente con su escapulario, sino con la espiritualidad carmelita popular, lo que me dio un gran deseo de crecer en santidad. Al fin llegué a darme cuenta de que "Nuestra Señora del Carmen" no está celosa de "Nuestra Señora, Reina de los Predicadores", y que ella no iba a retirarme nada de su afecto maternal bajo el blanco del escapulario dominico. Aún más, ella me había mostrado el escapulario blanco de los dominicos como la nueva forma de vida en la que quería que la siguiera.

Hace cinco años, cuando me preparé para mi vestición con el hábito de la Orden de Predicadores, dejé mi escapulario del Carmen en el cajón. Sabía que, en menos de una hora, pasaría de su protección a su protección: bajo el escapulario.
Imagen: Fra Angelico, Visión del hábito dominico


B. Jordán de Sajonia - Novena por las vocaciones OP - Día 9

El beato Jordán y san Alberto Magno



Entre los cientos de hombres que recibieron el hábito de manos del beato Jordán de Sajonia, se encuentra san Alberto Magno, científico, obispo, académico y maestro de santo Tomás de Aquino. Cuando se hallaba estudiando en Padua, consideró la posibilidad de entrar a la Orden de Predicadores, pero estaba lleno de miedo de no perseverar. Una noche tuvo un sueño que parecía confirmar sus temores. Gerardo de Frachet narra la anécdota:

“Una noche [Alberto] vio en sueños que entraba a la Orden y la abandonaba al poco tiempo. Cuando despertó, se alegró de no haber entrado [aún], diciendo en su corazón: ‘Ahora veo que hubiera sucedido aquello que tanto temía, de haber acontecido que yo hubiese entrado.’ Ahora bien, ese mismo día escuchó un sermón del maestro Jordán, quien, discurriendo acerca de las tentaciones del demonio, remarcó cuán sutilmente engaña a los incautos, diciendo: ‘así están aquellos que se proponen abandonar el mundo y entrar en la Orden, pero son asustados por el demonio, que les sugiere en sus sueños que entrarán pero no perseverarán…’ Entonces, el joven, muy asombrado, se le acercó y le dijo: ‘maestro, ¿Quién te ha revelado los pensamientos de mi corazón?’ Y le explicó así sus pensamientos y sus sueños. Entonces, el maestro, habiendo alcanzado una confianza grande y firme en Dios, lo confortó contra esas tentaciones. Escuchando sus palabras, se sintió completamente cambiado y, desechando sus temores, entró a la Orden. Él mismo ha narrado frecuentemente éstos hechos.”

Esta anécdota revela que incluso los “magnos” tuvieron luchas al discernir sus vocaciones. Que por la celestial intercesión del beato Jordán, aquellos llamados por el Señor para ser Predicadores puedan desechar sus miedos, esperar confiadamente en Dios y perseverar en su santa vocación.

Oración:

Bienaventurado Jordán de Sajonia, digno sucesor de santo Domingo, en los primeros tiempos de la Orden, tu celo y tu ejemplo movieron a muchos hombres y mujeres a seguir a Cristo en el blanco hábito de nuestro santo padre. Como patrono de las vocaciones dominicas, continúa estimulando a hombres y mujeres de talento y devoción a consagrar sus vidas a Dios. Por tu intercesión, conduce a la Orden de Predicadores personas generosas y sacrificadas, dispuestas a entregarse fervorosamente al apostolado de la Verdad. Ayúdales a prepararse para ser dignos de la gracia de la vocación dominica. Inspira en sus corazones el deseo de conocer a Dios, para que con firme determinación aspiren a ser “campeones de las Fe y verdaderas lumbreras del mundo.” Amén.

sábado, 11 de febrero de 2017

B. Jordán de Sajonia - Novena por las vocaciones OP - Día 8

La predicación del beato Jordán



Invocamos a santo Domingo como el “Predicador de la gracia”. Él recibió un carisma especial de predicación efectiva para la salvación de las almas, y nosotros le pedimos que nos alcance parte de esa gracia para nosotros. El beato Jordán participó de esa gracia dominica de predicación de una manera especial.

La Vida de los Hermanos, un texto que compila narraciones acerca de los comienzos de la Orden, habla de la gracia de predicación del beato Jordán en estos términos:

“En lo que se refiere a la palabra de Dios y al oficio de la predicación, el padre Jordán era tan agradable y poderoso que difícilmente alguien pudiera comparársele, porque el Señor le había dado especial prerrogativa de gracia, no solo en la predicación, sino también en la conversación, de modo que a donde fuese y con quien fuera que estuviera, nunca le faltaban palabras inspiradoras y ejemplos adecuados. Cualquiera que fuese la condición de los que le escuchaban, cada cual encontraba satisfacción, y su predicación se hizo muy renombrada. Por ello el demonio le tenía gran envidia e intentó de muchas maneras desviarle de la predicación…”

Fuese la que fuese esa gracia de predicación, no podemos entenderla simplemente como un ser especialmente ágil de palabra o retóricamente poderoso, aunque el beato Jordán lo haya sido; ni podemos simplemente reducirla a la habilidad de predicar una buena homilía: esta anécdota nos narra que el beato Jordán tenía esta gracia también en la conversación.

A pesar de ser un genio de la retórica, san Pablo decía que “mi palabra y mi predicación no fue en persuasivos discursos de sabiduría, sino en la manifestación del Espíritu y del poder” (1 Cor 2, 4). Su verdadera efectividad provenía de ser un instrumento del Espíritu Santo en su predicación del Evangelio. El Beato Jordán podía también alcanzar a los que lo escuchaban a través de las palabras que ellos estaban necesitando en aquel preciso momento. En nuestros días, como siempre, necesitamos también predicadores de la gracia para comunicar el Evangelio de Jesucristo al mundo. Pedimos por intercesión del beato Jordán, que Dios haga surgir muchos predicadores de la gracia.


Oración:


Bienaventurado Jordán de Sajonia, digno sucesor de santo Domingo, en los primeros tiempos de la Orden, tu celo y tu ejemplo movieron a muchos hombres y mujeres a seguir a Cristo en el blanco hábito de nuestro santo padre. Como patrono de las vocaciones dominicas, continúa estimulando a hombres y mujeres de talento y devoción a consagrar sus vidas a Dios. Por tu intercesión, conduce a la Orden de Predicadores personas generosas y sacrificadas, dispuestas a entregarse fervorosamente al apostolado de la Verdad. Ayúdales a prepararse para ser dignos de la gracia de la vocación dominica. Inspira en sus corazones el deseo de conocer a Dios, para que con firme determinación aspiren a ser “campeones de las Fe y verdaderas lumbreras del mundo.” Amén.

viernes, 10 de febrero de 2017

Severus Snape y la sed de amor infinito

Lo que sigue es un texto que elaboré vaya uno a saber cuándo y que encontré de casualidad hoy. Está lleno de spoilers, el estilo no es demasiado cuidado, y probablemente le parezca exagerado a unos cuantos: apelo, de todos modos, a la benevolencia del lector. Si lo publico es porque creo que, más allá de todo, plantea una serie de ideas interesantes, especialmente en el terreno de los principios, que pueden ayudar a fomentar la reflexión y la discusión.

Harry Potter y… sin dudas hemos oído hablar innumerables veces, ya sea de las novelas de J.K. Rowling que tienen como protagonista al mago adolescente, ya de las versiones cinematográficas de las mismas, y desde todo tipo de perspectivas. Unos la consideran una historia genial, otros incluso una obra maestra, otros, unas noveluchas más del montón. Unos entienden que es una saga interesante, que mueve a reflexión y deja al lector una serie de enseñanzas morales; para otros, es una promoción de la brujería, y hasta incluso del relativismo. Dejando de lado por ahora estas discusiones, es evidente que, como los guarismos comerciales, tanto de los libros como de las películas y el merchandising demuestran, es una historia que engancha, y probablemente por más de un motivo.

Generalmente las historias que atraen a los lectores son aquellas en que encuentran expresadas de un modo claro circunstancias de la vida que tienen un paralelo en las del propio lector, o que retratan un personaje con el que es posible sentirse identificado. Por eso podría resultar llamativo al que lo ve de afuera descubrir que uno de los personajes más populares de la saga es uno de los principales antagonistas: el profesor Severus Snape. Mayor sería su asombro si descubriera que es descrito como un personaje físicamente repulsivo: delgado, de piel amarillenta, de tranco semejante al de una araña, cabello negro, largo y grasiento, nariz ganchuda, dientes torcidos, ojos negros como túneles y la ropa manchada de toda clase de ingredientes de pociones. Si nos volvemos a su descripción psicológica, el balance no mejora: sarcástico, frío, vengativo, impaciente, rencoroso...) cabría preguntarse si realmente un personaje así puede generar la simpatía que ha generado. A lo largo de la serie las acciones del profesor Snape se muestran ambivalentes, y hasta no completada la serie los fanáticos discutían fuertemente tratando de dilucidar si pertenecía al bando de los buenos o de los malos. Si bien tuvo sus defensores desde la primera hora, su popularidad aumentó enormemente una vez finalizada la saga, cuando se reveló que, a pesar de todas las apariencias en contrario, el profesor de pociones se había dedicado, con gran riesgo, a proteger y ayudar a Harry.

En la que es sin dudas una de las escenas más famosas de la serie, Harry ve en una memoria del difunto profesor, cómo Dumbledore, el director de Hogwarts, le revela a éste que Harry debe morir para derrotar al mago que amenaza a la humanidad: lord Voldemort. Snape se horroriza ante la idea, y se queja de que Dumbledore les ha estado usando a Harry y a él todos esos años. “¡Lo has estado preparando como un cerdo para el matadero!”. Dumbledore no responde a la acusación, sino que le hace una pregunta: “No me digas que has llegado a tomarle cariño al chico…” a lo que Snape, devolviendo la capciosidad, contestó: ¿a él? ¡Expecto patronum!” y de la punta de la varita de Snape salió un patronus.


Los patroni en el mundo de Harry Potter son un encantamiento que protege de los dementores, criaturas que se ceban de los sentimientos de los humanos, borrándoles los placenteros y acentuando los dolorosos. Los patroni pueden funcionar además como mensajeros, y tienen por así decir, una doble fuente: el mago que realiza el encantamiento y un recuerdo feliz que este ha de evocar a la hora de conjurarlo. Cuanto más potente sea el recuerdo feliz, más potente será el patronus. Generalmente la forma corpórea de éste refleja alguna característica del mago que lo produce. Así, el patronus del profesor Lupin se asemeja a un lobo, porque este profesor era un licántropo. El patronus de un mago raramente cambia de representación corpórea, y si lo hace es a causa de un evento traumático y radical que le haya afectado profundamente.

En los libros se menciona que uno de estos sucesos es nada más y nada menos que el amor. Cuando un mago ama a alguien firme, profunda y definitivamente, puede suceder que la forma corpórea de su patronus cambie para identificarse con la de aquel que ama. Y ese es el descubrimiento que hace Dumbledore en aquel recuerdo que Harry ve: el patronus de Snape resembla el de Lily Potter, la madre de Harry. Lily había sido amiga de Snape durante buena parte de su infancia y adolescencia, aunque su amistad murió cuando Snape se involucró con las artes oscuras. Dumbledore se sorprende, y emocionado hasta las lágrimas le pregunta: “¿Lily? ¿Después de todo este tiempo?” La respuesta de Snape es breve y directa: “Siempre”. Por simple que parezca, esa palabrita se ha transformado para los fanáticos de Harry Potter casi que en un sinónimo de “amor”, y por poco profunda que sea la investigación que se haga de los elementos populares de la saga, se la encontrará profusamente.

Ciertamente esta historia está llena de actos de amor generosísimos: el padre de Harry se interpone entre Voldemort y su esposa para darle algún segundo más de tiempo para escapar; Harry corre a enfrentarse con Voldemort cuando cree que éste está torturando a su padrino, y este otro a su vez corre a intentar rescatar a Harry cuando lo ve en peligro; Harry salvará por puro amor y generosidad, y exponiéndose grandemente, la vida de muchos: Ginny, Hermione, Draco… Y sin embargo los amores más recordados de la obra son el de Lily por su hijo y el de Snape por Lily.

Muchos quieren ver en Snape no más que un psicótico obsesivo: “no la amaba -dicen- solamente estaba obsesionado con ella y nunca pudo dejar atrás que ella se haya casado con otro”. Sin embargo, hay algo en este argumento que hace ruido. Santo Tomás de Aquino, en el tratado de la Summa Theologiae que dedica al estudio de las pasiones, dice que, frente a algo deseable, la primera inclinación del hombre es el amor, entendido como deseo, como un tender hacia algo. Cuando algún obstáculo se interpone entre nosotros y aquello que deseamos, pueden surgir dos pasiones distintas: si el obstáculo puede ser removido o superado surge la ira, y de esta, la esperanza de superarlo; si, por el contrario, el obstáculo se muestra insalvable, la persona se hunde en la desesperación: se convence de que no va a lograr alcanzar aquello que desea. Volviendo al profesor Snape, es este elemento el que arroja luz sobre la situación: una vez muerta Lily, si lo suyo fuera una simple obsesión, de tipo carnal y terreno, Snape debería haberse desesperado, y sin embargo el hombre que vemos en el recuerdo de la oficina de Dumbledore no lo está; podríamos intuir que hay en él… ira y esperanza. ¿Cómo?
Solo queda que Snape amaba verdaderamente a Lily. Y, como también enseña santo Tomás, el amor nos hace semejantes a aquello que amamos; el amor hace que, de algún modo, el otro habite en nuestro ser, en la memoria y el afecto, y que entonces, de la misma manera, vivamos también de algún modo nosotros en aquellos a quienes amamos. Y para que ésto sea posible, es necesario que salgamos de nosotros mismos. El obsesivo, como es egoísta, es incapaz de salir de sí mismo; quiere absorber al otro, no darse al otro y abrirse para recibirlo. Que Lily haya muerto no es para Snape un obstáculo insalvable, una causa de desesperación. Lily era capaz, en palabras del profesor Lupin, de ver en los demás talentos y capacidades que muchas veces los propios interesados eran incapaces de ver en sí mismos.

Para Snape Lily es signo de libertad, pues le recuerda que él no está predestinado a ser malo o mediocre; es signo de esperanza, porque su cariño y su amistad le mostraban que ella confiaba en que él podía superarse, podía llegar a ser un gran hombre, podría tener en sí mismo todo aquello que amaba ver en Lily, amar desinteresadamente como ella misma amaba. Él puede amar de este modo a Lily aunque ella haya muerto; puede corresponder a su amor y a su cariño esforzándose por ser el hombre bueno, el gran hombre que es capaz de ser.


Y a la luz de esto, el patronus del profesor Snape cobra un nuevo significado: Lily, su memoria, su amor, son capaces de hacerle seguir adelante, de protegerle del desaliento e incluso de otros enemigos también. Es interesante como el arco de la historia se completa entonces con la muerte de Snape a manos de lord Voldemort, como consecuencia final de todos sus actos de defensa y protección de Harry. Muchos dicen “Snape y James estaban de acuerdo en una cosa: ambos estaban dispuestos a sacrificar a James para salvar a Lily”, pero yo les contesto: “al final del día, Snape y Lily pusieron por obra la misma cosa: ambos murieron voluntariamente por Harry”. No está de más recordar aquí el sabio pensamiento expresado por Dumbledore: no son nuestras aptitudes o talentos los que nos hacen buenos o malos, sino nuestras acciones.
El lector podría decirme ahora, “todo muy bien, pero ¿cómo coadunas este amor tan puro, tierno e inconmovible de Snape con todas las características horrendas de su carácter que mencionaste más arriba?” Yo creo que esto es precisamente lo que hace más atractivo el personaje de Snape. Él es, de entre los personajes de la saga, el penitente por excelencia. La “conversión” de Snape, del mal y el egoísmo al bien y la generosidad, no es total e inmediata, sino gradual y dolorosa. No es la iluminación de un minuto, sino el trabajo fatigoso de días, semanas, meses, años, de actos de virtud cada vez más grandes y costosos. Por ello los lectores pueden identificarse con Snape: en el fondo no somos tan distintos.

La historia de amor de Snape despierta en nosotros algo tan profundamente humano, que no solemos prestarle la atención debida: estamos hechos para el amor. Todos deseamos ser amados con un amor así, firme, constante, inconmovible, impetuoso y tierno a la vez; pero no solo deseamos ser amados así, sino que deseamos por nuestra parte, amar nosotros de esta manera, darnos hasta la oblación total de nosotros mismos. Y sin embargo junto a estos deseos vemos en nuestra alma, paradójicamente, toda clase de emociones y sentimientos egoístas y mezquinos. A todos nos cuesta perdonar, nos cuesta ser pacientes con los demás, nos cuesta ser compasivos o empáticos con los otros… Somos amados infinitamente por Dios, queremos amarle de todo corazón, y sin embargo, pecamos, muchas veces por apegos a cosas pasajeras o de escaso valor; apego al placer, a la comodidad, al orgullo, a un amor propio exagerado, etc.


Compararnos con personajes como Lily o Lupin no nos ayudan a solucionar esta contradicción, porque lo que vemos en ellos es una humanidad integrada, generosa, liberada casi totalmente de esta lucha y división interna. En cambio, el personaje del profesor Snape no solo nos genera empatía, sino que nos ayuda a no desesperarnos: el obstáculo a recibir plenamente el amor de Dios y a entregarnos a Él no es insalvable, la contradicción no es signo de hipocresía desde que haya lucha por mejorar, por llegar a ser aquellos santos que Dios pensó desde toda la eternidad.

La historia de Snape nos enseña entonces no solamente que nuestros defectos pueden ser superados, sino que incluso podemos llegar a amar hasta el extremo, porque hemos sido antes amados al extremo a nuestra vez. Es posible que, luego de muchos años de vida cristiana, con todas sus alegrías, pero especialmente con sus sufrimientos y trabajos, a pesar de ser derrotados una y otra vez en las escaramuzas cotidianas contra nuestros vicios, a pesar de estar llenos de defectos, nos pregunten: “¿Amas a Cristo? ¿Después de todo este tiempo?” y evocando en nuestra alma la imagen de Aquel que nos amó hasta el fin y se entregó por nosotros hasta la muerte y muerte de Cruz, para que tuviéramos vida en abundancia, para que pudiéramos amar como Él nos amó, contestemos: “Siempre”.

B. Jordán de Sajonia - Novena por las vocaciones OP - Día 7

El beato Jordán y la procesión de la Salve



Desde el comienzo de la Orden de Predicadores, si las cosas iban mal, ¿qué hacían los frailes? Entonces, como ahora, no tenían más que una opción: recurrir a la Bienaventurada Virgen María en busca de ayuda. En una ocasión, un hermano estaba siendo profundamente afligido por una tentación diabólica. El beato Jordán indicó a los hermanos pedir ayuda a la Virgen de una manera nueva: invocándola en una solemne procesión después de Completas.

Los hermanos recurrieron a su única esperanza, la poderosísima y amable María, y añadieron en su honor luego de Completas, una solemne procesión con la Salve Regina y su oración. Inmediatamente, las apariciones huyeron y aquellos que habían sido atormentados, fueron curados. Un hermano que había sido atormentado por un demonio en Bolonia, y otro, el hijo de un rey, que había enloquecido en París, fueron completamente liberados, y a partir de entonces todo comenzó a ir bien para la Orden. Las multitudes, la devoción del clero, las dulces lágrimas, los suspiros piadosos y las hermosas visiones muestran cuan agradable era esta procesión a Dios y a su Madre. Cuando los frailes salían del coro hacia el altar de la Virgen, muchos vieron, como luego narraron a los hermanos, a la mismísima Virgen, junto a una multitud de la ciudad celestial, venir de los cielos. Cuando los hermanos la invocaban con las palabras O dulcis Maria, ella se inclinaba también para bendecirlos, y cuando ellos se retiraban, ella se volvía a los cielos con su séquito.

Los frailes comprendieron que la Madre de Dios y Reina de todos los Santos era una protectora poderosa en sus angustias y necesidades. Nunca hemos dejado de pedir su ayuda. Hasta el día de hoy continuamos llevando adelante la tradición de la procesión de la Salve.

Que la Bienaventurada Virgen María continúe guiando la Orden de Predicadores; que el beato Jordán nos obtenga, por intercesión de la Virgen, muchas vocaciones para la Orden. Nuestra Señora, Reina de los Predicadores, ¡Ruega por nosotros!

Oración:


Bienaventurado Jordán de Sajonia, digno sucesor de santo Domingo, en los primeros tiempos de la Orden, tu celo y tu ejemplo movieron a muchos hombres y mujeres a seguir a Cristo en el blanco hábito de nuestro santo padre. Como patrono de las vocaciones dominicas, continúa estimulando a hombres y mujeres de talento y devoción a consagrar sus vidas a Dios. Por tu intercesión, conduce a la Orden de Predicadores personas generosas y sacrificadas, dispuestas a entregarse fervorosamente al apostolado de la Verdad. Ayúdales a prepararse para ser dignos de la gracia de la vocación dominica. Inspira en sus corazones el deseo de conocer a Dios, para que con firme determinación aspiren a ser “campeones de las Fe y verdaderas lumbreras del mundo.” Amén.

jueves, 9 de febrero de 2017

B. Jordán de Sajonia - Novena por las vocaciones OP - Día 6

El beato Jordán y las reliquias de santo Domingo



El beato Jordán criticó fuertemente a sus hermanos dominicos por no haber divulgado la santidad de santo Domingo. Tal reticencia no era modestia, sino negligencia. Pero así estaban las cosas, de modo que después de una década de la muerte de santo Domingo, ningún progreso se había hecho aún en ese sentido. Si santo Domingo debía ser canonizado, como deseaba ardientemente el beato Jordán, su cuerpo debía ser exhumado. En la mentalidad católica, y especialmente en la del católico medieval,  el cuerpo del santo es un gran testimonio de su santidad. Los frailes tenían miedo de lo que pudiera suceder. ¿Qué sucedería si su cuerpo estuviese corrompido y en mal estado? ¿Despreciaría la gente la santidad del fundador? Uno de los primeros frailes, Guillermo de Monferato, recuerda que: “Los hermanos, incluido el provincial, no querían que hubiese seglares presentes, porque tenían miedo de que el cuerpo oliese mal, puesto que había entrado agua en ese sepulcro”.

Todos se reunieron para la solemne traslación de las reliquias de santo Domingo. Un testigo ocular narra el papel que desempeñó entonces el maestro Jordán, y el signo maravilloso que dio Dios en dicha traslación:

“El testigo dijo también que él estuvo presente cuando el cuerpo del bienaventurado Domingo fue llevado de la tumba bajo el suelo a la tumba de mármol, y declara que la tapa de piedra y el cemento que la cubrían fue quebrado con picos y otros instrumentos, que la tumba fue abierta, encontrándose allí una piedra durísima; dentro de ésta se encontró un ataúd de madera, del que salía una fragancia maravillosa. El maestro de la Orden tomó los huesos y los colocó en un ataúd nuevo, en la presencia de numerosos frailes, del arzobispo de Ravena y de muchos otros obispos… La fragancia permaneció durante muchos días en las manos de aquellos que había tocado las reliquias.”

Muchos testigos del proceso de canonización testificaron acerca de esta fragancia milagrosa. Fray Guillermo notó “un olor agradable, dulce, que salía de allí y que nadie lograba decidirse a qué olía”. Podemos agradecer al beato Jordán por no haber escondido la santidad de santo Domingo bajo un cesto, y haberle permitido brillar intensamente, para gloria de Dios y para toda la humanidad. Por intercesión del beato Jordán, pedimos a Dios que haga surgir muchos hombres que sigan a santo Domingo en la Orden de Predicadores.

Oración:


Bienaventurado Jordán de Sajonia, digno sucesor de santo Domingo, en los primeros tiempos de la Orden, tu celo y tu ejemplo movieron a muchos hombres y mujeres a seguir a Cristo en el blanco hábito de nuestro santo padre. Como patrono de las vocaciones dominicas, continúa estimulando a hombres y mujeres de talento y devoción a consagrar sus vidas a Dios. Por tu intercesión, conduce a la Orden de Predicadores personas generosas y sacrificadas, dispuestas a entregarse fervorosamente al apostolado de la Verdad. Ayúdales a prepararse para ser dignos de la gracia de la vocación dominica. Inspira en sus corazones el deseo de conocer a Dios, para que con firme determinación aspiren a ser “campeones de las Fe y verdaderas lumbreras del mundo.” Amén.