miércoles, 6 de febrero de 2019

La Oración de los Predicadores (III) La contemplación: una visión del mundo.

Continuación de la conferencia de Fr. Paul Murray, OP, durante el Capítulo General de la Orden de Predicadores de Providence, Rhode Island, en julio de 2001.


En algunas tradiciones religiosas, la vida contemplativa implica un desprendimiento casi total del mundo y, en el caso de algunos religiosos ascéticos, un rechazo no sólo de su familia inmediata y de sus amigos, sino también de las personas en general o, por lo menos, de aquellos que parecen estar dominados por la debilidad o por la pasión del mundo. Afortunadamente, el impulso hacia la contemplación en las vidas de nuestros más conocidos predicadores y santos dominicos nunca se caracterizó por esta clase de actitud rígida y sentenciosa.

Pienso que un buen ejemplo del enfoque dominicano es el breve texto anteriormente citado y escrito en el siglo XIII por un fraile dominico anónimo de Saint-Jacques de París: "Entre las cosas que un hombre debe ver en la contemplación", escribe, "están las necesidades de su prójimo", y también "la magnitud de la fragilidad de cada uno de los seres humanos". Así, en nuestra tradición, el contemplativo auténtico, el verdadero apóstol, no invoca maldiciones sobre un mundo pecador. Por el contrario, consciente de su propia debilidad y humildemente identificado con la necesidad del mundo, el dominico impetra una bendición.

En un momento llamativo de El Diálogo de Santa Catalina de Siena, Dios Padre pide a la santa que alce sus ojos para que pueda mostrarle de alguna manera la magnitud de su apasionado cuidado por el mundo. "Mira mi mano", le dice el Padre. Cuando Catalina mira --y la visión debe haberla asombrado-- ve enseguida el mundo entero sostenido y envuelto en las manos de Dios. Entonces el Padre le dice: "Hija mía, mira ahora y date cuenta de que nadie puede salir de mi mano… son míos. Yo los creé y los amo sin límite. Y verás que, a pesar de su maldad, voy a ser misericordioso con ellos… Y yo te concederé lo que me has pedido con tanta pena y amor".

Lo que resulta obvio en este relato es que la devoción apasionada de Catalina por el mundo no surge simplemente del instinto de un corazón generoso. No, es algo basado en una profunda comprensión y visión teológica. Esto mismo podemos decir también de otros dominicos. Por ejemplo, la visión de Tomás de Aquino ha sido caracterizada por el tomista alemán Joseph Pieper como un "secularismo" teológicamente fundado. En principio esta afirmación puede sorprendernos. Sin embargo, creo que, debidamente entendida, puede decirse otro tanto no sólo de la visión de Catalina, sino también de la visión del mismo Santo Domingo.

Mi imagen favorita de Santo Domingo, una pintada en madera, puede verse en Bolonia. Es una tabla que recoge el "milagro de los panes", que, según la tradición, sucedió en el convento de Santa María a la Mascerella. En esta pieza medieval, la identidad contemplativa de Domingo se manifiesta en la capucha negra que cubre su cabeza. Pero el hombre que tenemos ante nosotros es, ante todo, un "vir evangelicus", un hombre "in persona Christi", rodeado por sus hermanos y sentado a la mesa. Es una comida que no sólo recuerda el "milagro de los panes", sino que, al mismo tiempo, sugiere una vida litúrgica y comunitaria, una auténtica fraternidad eucarística. Su mirada posee un extraordinario candor. Y su presencia física da la impresión de ser la de un hombre de una extraordinaria sencillez, un hombre que se encuentra a gusto consigo mismo y con el mundo que le rodea. Creo que, en toda la iconografía medieval, no encontramos ningún otro fresco o pintura religiosa en la que se nos muestre al Santo como aquí, mirando al mundo con una confianza serena y con tranquilidad de espíritu.

Hay un pequeño detalle que vale la pena señalar: la mano derecha de Domingo sostiene el pan con energía, al mismo tiempo que su mano izquierda sujeta la mesa con firmeza y decisión. El Santo Domingo de esta tabla, lo mismo que el Santo Domingo de la historia, manifiesta claramente un contacto firme y vital con el mundo que le rodea.


Esta apertura al mundo es una característica distintiva de muchos de los grandes predicadores dominicos. "Cuando me hice cristiano", señala Lacordaire, "no perdí de vista al mundo". Y, en ese mismo tono, en el siglo recientemente acabado, Vicente McNabb comentó en alguna ocasión a sus hermanos: "el mundo está esperando por aquellos que lo aman… Si no amáis a los hombres, no les prediquéis; predicad para vosotros mismos".

En cierta ocasión, Yves Congar, llamando al orden a aquellos contemplativos, algunos de ellos monjes y sacerdotes, cuya pasión por lo absoluto les inclinaba a sentirse indiferentes ante el mundo y ante la "verdadera interioridad de las cosas", es decir, el hecho de que las "cosas existen en sí mismas con su propia naturaleza y necesidades", quiso señalar lo que consideraba un importante, aunque inesperado, rasgo laico de la visión dominicana de santo Tomás. Para Congar, igual que para santo Tomás, el "auténtico laico" es "alguien que, a través del mismo trabajo que Dios le ha confiado, encuentra que el verdadero ser de las cosas es en sí mismo real e interesante". Congar señala lo mismo en una carta escrita a un compañero dominico en 1959. Expresando un cierto desinterés hacia lo que él refería como "la distinción entre vida contemplativa y vida activa", Congar escribía:

"Si mi Dios es el Dios de la Biblia, el Dios vivo, el 'Yo soy, Yo era, Yo estoy llegando', entonces Dios es inseparable del mundo y de los seres humanos… Mi acción consiste, por lo tanto, en entregarme a mi Dios, que permite que yo sea el lazo de unión de su divina actividad en el mundo y con la gente. Mi relación con Dios no es un simple acto de culto, que va de mí a Él, sino una fe por la cual yo me entrego a la acción del Dios vivo, quien se comunica a sí mismo con el mundo y con los seres humanos según su plan. Lo único que puedo hacer es ponerme confiadamente ante Él y ofrecerle la plenitud de mi ser y de mis talentos para poder estar allí donde Dios quiere que esté, como vínculo entre esa acción de Dios y el mundo".

Al leer este extracto de la carta de Congar, me viene a la mente una de las visiones más famosas de Santa Catalina de Siena. En ella, Santo Domingo se muestra precisamente como una especie de eslabón entre la acción de Dios y el mundo. Catalina le comunica a su amigo dominico el Padre Bartolomé que, antes que nada, había visto al Hijo de Dios saliendo de la boca del Padre Eterno y luego, para sorpresa suya, vio salir del pecho del Padre al "santísimo patriarca Domingo". "Para esclarecer su asombro", el Padre le dijo: "Igual que este Hijo mío, por su propia naturaleza … habló al mundo…, también Domingo, mi hijo adoptivo, lo ha hecho". En esta visión la unión entre Domingo y el Padre no podía ser más íntima. Pero el predicador que vemos aquí no se ajusta al modelo ordinario del contemplativo, que deja el mundo y mira hacia Dios, sino que Domingo, al igual que el Hijo de Dios, aparece saliendo de Aquel que, desde el principio, "tanto amó al mundo".

Santo Domingo de Guzmán y santa Catalina de Siena, Por Pedro Berruguete

En términos de Congar, la única acción de Domingo fue rendirse con fe y esperanza a la maravillosa iniciativa salvadora de Dios. "Sólo hay una cosa importante y verdadera", señala Congar, "entregarse a Dios". Pero Congar es asimismo consciente de que en la vida de Santo Domingo y de los primeros frailes esta entrega no fue nunca un simple acto ocasional de la voluntad, sino una entrega que exigía a los hermanos un "seguimiento diario de los pasos del Salvador", una aceptación libre y radical de un modo evangélico de vida.

Es aquí, en este momento, donde nos encontramos de frente con una de las formas más claras y concretas de la dimensión contemplativa de nuestra vida: el rezo en común, el estudio, la observancia regular, el seguimiento de la regla de San Agustín y la disciplina del silencio. Estas prácticas religiosas concretas representaban para Santo Domingo una parte vital del modo de vida evangélico, pero la predicación siempre permaneció como lo más importante. Creo que debemos estar agradecidos porque en las últimas décadas este mensaje sobre la predicación ha vuelto a la Orden con fuerza y claridad.

Pero, ¿qué formas de vida regular y contemplativa deberían apoyar idealmente la predicación? ¿No estaremos acaso hoy necesitados de recuperar la confianza en este aspecto de nuestra tradición? Ciertamente no somos monjes pero tampoco un instituto secular. Por supuesto que la predicación es, en sí misma, una actividad espiritual e incluso contemplativa. Para Santo Domingo y los primeros frailes hablar de Dios ("de Deo") -la gracia de la predicación- presupone haber hablado antes con Dios ("cum Deo") --la gracia de la oración actual o de la contemplación--. En la vida apostólica adoptada por los frailes el éxtasis del servicio o atención al prójimo no puede pensarse sin el éxtasis de la oración o de la atención a Dios, y viceversa.

Por supuesto que para ser predicador no se necesita ser un monje del desierto ni un maestro de mística, ni siquiera un santo, pero lo que sí hay que ser, en frase de Humberto de Romanis, es, ante todo, "primeramente un orante". Ha de someterse uno mismo a Dios en la oración con al menos el humilde éxtasis de la esperanza, ya que, como nos recuerda Santa Catalina de Siena en El Diálogo, "no podemos compartir con los demás lo que no tenemos nosotros mismos".

Por supuesto, al final es la predicación lo que importa. Cristo no nos dijo "estaos quietos y contemplad". Nos mandó "id y predicad". Sin embargo, merece la pena recordar aquí que, para los primeros frailes, la gracia de la predicación --el rendirse a la palabra viva de Dios-- estaba siempre íntimamente unida con una vida común de oración y de adoración, y también con lo que Jordán de Sajonia llama, con una expresión muy aguda, la "observancia apostólica".

Según la comprensión de Jordán de Sajonia, el diseño de la vida y de la oración comunitarias dominicanas no constituía ningún tipo de disciplina externa o arbitraria. Más bien, Jordán lo vio de forma entusiasta como una oportunidad que tenemos para experimentar, aquí y ahora en la fe, al Cristo resucitado entre nosotros. En una carta escrita a sus hermanos en París, Jordán habla de la necesidad que cada uno de nosotros tiene de mantenerse en el vínculo de la caridad y de sostenerse en la fe con los hermanos. Jordán dice que, si fallamos en eso, perderemos la oportunidad de encontrar al Cristo resucitado. Porque "el hombre" que se aísla de la unidad de la fraternidad "no podrá encontrar el consuelo del Espíritu". En opinión de Jordán, "no podrá nunca tener plenitud de visión del Señor a no ser que esté con los discípulos reunidos en la casa".


En la práctica de la oración pública y privada y en la tarea de la predicación descubrimos, "in medio ecclesiae", que ahora Cristo está vivo dentro de nosotros. Él es nuestro hermano resucitado, a quien podemos acercarnos y hablar como amigo. Escribe Santo Tomás, citando a Crisóstomo: "¡qué alegría se os ha concedido, qué gloria se os dado, hablar con Dios en vuestra oración, conversar con Cristo, pidiéndole lo que necesitáis y lo que deseáis!".

En la contemplación ponemos toda nuestra atención en Dios, pero hay algo más. Aunque totalmente transcendente en su origen, la Palabra de Dios ha descendido al mundo y se ha encarnado. Como señaló alguna vez Simone Weil, "Dios tiene que estar de parte del sujeto". La iniciativa le pertenece siempre. Por consiguiente, tanto en nuestro trabajo como en nuestra oración, nos damos cuenta de que Cristo no es simplemente el objeto de nuestra atención. Él es la Palabra viva en nosotros, el amigo "en quien vivimos, nos movemos y existimos". Y así, haciéndonos eco de la primera carta de San Juan, no dudamos en proclamar: esto es contemplación -esto es amor contemplativo-, no tanto que podemos contemplar a Dios cuanto que Dios nos ha contemplado a nosotros primeramente, y ahora está en nosotros, en cierto sentido, e incluso a través de nosotros, como parte del misterio de su vida resucitada en la Iglesia, contempla el mundo.

Hace más de 50 años, el filósofo existencialista Albert Camus fue invitado a dar una charla a la comunidad dominicana de Latour-Maubourg, en Francia. En su charla Camus recomendó encarecidamente a los hermanos que mantuvieran su propia identidad dominicana y cristiana. Señaló que "el dialogo sólo es posible entre personas que conservan su identidad y que dicen la verdad". Seguid siendo lo que sois. Parece algo sencillo pero, como todos muy bien sabemos, nuestra identidad como dominicos, con su fundamental sencillez evangélica, por un lado, y con su gran riqueza y variedad de elementos, por el otro, es algo que no podemos dar por hecho. En cada época existe el riesgo de que algún aspecto de nuestra identidad se pierda, se olvide o se ignore. Y, en consecuencia, la tarea de la predicación --objetivo prioritario de la Orden-- se resentirá.

Si existe un aspecto o dimensión de nuestra vida dominicana actualmente expuesto al olvido, no tengo ninguna duda de que es la dimensión contemplativa. Al principio de esta charla os he contado la historia de aquel antiguo dominico que casi pierde su fe por culpa de tanta contemplación. Dudo mucho que esto suceda hoy en la Orden. Si algo pudiera ocurrir, en esta época de prisas y en un mundo tan altamente tecnológico, sería que perdiéramos la fe debido al exceso de actividad.

Encuentro alentador y desafiante, en este contexto, un comentario hecho por Marie-Dominique Chenu en una de sus últimas entrevistas. Viviendo en Saint-Jacques de París, en el mismo convento que aquel frater anonymus del siglo XIII a quien antes hemos citado, Chenu descubrió que lo que él había visto en el mundo le dirigió, de algún modo, hacia la contemplación. Chenu insistía en que el mundo y la Palabra de Dios no debían caminar por separado. "Nuestra prioridad es salir al mundo porque el mundo es el lugar en que la Palabra de Dios cobra significado". Estos pensamientos, tal y como los entendemos hoy, forman parte de la herencia recibida desde el siglo XII o, mejor, desde el siglo XIII. Pero el comentario de Chenu que yo encuentro más interesante se refiere a su experiencia inicial de la Orden y a la razón por la que él vino al convento. Nos dice: "No tenía intención de entrar, pero me impresionó mucho la atmósfera del lugar". Chenu recuerda que no era una atmósfera monástica propiamente dicha, pero sí de contemplación. Fue la "atmósfera contemplativa" lo que le atrajo. Y no sólo eso, sino que también la devoción de los hermanos por el estudio y el ambiente general de dedicación intensa y ascética permanecerían con Chenu durante muchos años. "A lo largo de mi vida", dice él, "he cosechado los beneficios de este 'cadre' (marco) contemplativo".

Crédito: Fr. Lawrence Lew, OP.

También Santo Tomás, en la Summa, se ocupa de la vida contemplativa. Recordaréis que ya anteriormente, en esta misma sección, he hablado sobre el espíritu laico del Aquinate, cómo miraba siempre las cosas de este mundo con mucho respeto. Pero en la Summa, al hablar de la vida contemplativa, enfatiza la importancia de prestar atención también a lo que llama las "cosas eternas". Escribe: "La vida contemplativa consiste en una cierta libertad de espíritu. Así, dice Gregorio que la vida contemplativa produce una cierta libertad de espíritu porque considera las cosas eternas".


Esta "libertad de espíritu" que emana de la contemplación no está exclusivamente reservada a los contemplativos enclaustrados. De hecho, como predicadores que somos, tenemos necesidad de esa libertad quizás más que nadie. Ya que, sin ella, corremos el riesgo a ser prisioneros del espíritu de la época y de las modas imperantes. Y, al final, lo que prediquemos no será la Palabra de Dios, sino nuestras propias palabras e ideas. Y esa palabra, ese mensaje, no servirá al mundo, aún cuando nos parezca estar llevándola hasta los últimos extremos de la necesidad humana. Tal y como el Evangelio y nuestra propia tradición nos recuerdan, para verdaderamente "salir al exterior", hemos de exigirnos, antes que nada, un viaje a nuestra interioridad. Dice Eckhart: "Dios está dentro, nosotros fuera. Dios está en casa, nosotros en el extranjero… Dios conduce al justo por sendas estrechas hacia el camino ancho que los llevará al exterior".

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