sábado, 9 de febrero de 2019

La Escuela de la (Im)paciencia

Crédito: Christina Grace Dehan Jaloway

Escribo esto a las 41 semanas y 4 días de embarazo (No, por ahora no me inducirán el parto, ya que mi partera es de la filosofía de que, mientras el bebé y la madre estén sanos, no hace falta apurar al niño a que nazca). Si eres una madre que ha seguido embarazada luego de la fecha prevista de parto, sabes cuán dura puede ser la espera. ¡Tantos de ustedes me han enviado mensajes de aliento, comentarios, e-mails, ofreciéndome oraciones y consejos prácticos de cómo hacer pasar un poquito más rápido estos largos días! Realmente lo aprecio, pero me siento casi que culpable, porque la espera no ha sido tan difícil --o mejor dicho, tan difícil como pensé que sería.


Ayer en Misa, empecé a reflexionar acerca de por qué es así. Como he compartido ya en el pasado, mi modus operandi típico es ser ridículamente impaciente respecto a prácticamente todo, desde mi cumpleaños a mi vocación en la vida. ¿Por qué no ha sido este el caso estos últimos diez días de incomodidad, fatiga y otros tantos no tan divertidos síntomas del último trimestre de embarazo?

Creo que es porque diez días (o dos semanas, o cuanto tiempo sea hasta que este niño se decida a hacer su aparición) de espera a que mi bebé nazca --suceso que sé que se dará eventualmente-- es nada comparado con los diez años de espera antes de conocer a mi marido y abrazar la vocación del matrimonio. O la espera por la unión con Cristo que deseo y que solo sucederá plenamente en el Cielo.

Cuando me di cuenta de esto ayer, me llené de gratitud por todo lo que el Señor me ha enseñado, por todo lo que ha purificado en mí durante mis años de soltería. Incluso si no has pasado diez años esperando alcanzar tu vocación, si ahora mismo estás en medio de la espera por algo que tu corazón desea ardientemente, te garantizo que el Señor ha educado/está educando tu corazón en la escuela de la paciencia.

Hoy quiero compartir con ustedes lo que el Señor me ha enseñado en el crisol de la Paciencia, así como las cosas prácticas que he aprendido mientras esperaba y que han hecho el camino mucho más ligero y alegre.

El fruto de la espera:

Purificación de la percepción de lo que nos merecemos*:


Nos guste o no, la mayoría de los que vivimos en el mundo desarrollado tendemos a pensar que nos merecemos estas y aquellas bendiciones de Dios: este puesto de trabajo, esta vocación en particular, cierto estándar de vida, buena salud, seguridad financiera, un bebé que venga "a tiempo"... sea lo que sea, esta tendencia es fuerte.

La he notado en mí misma, y también he notado que cuanto más me hace esperar el Señor (incluso si esto significa esperar al Cielo por ciertos dones), más se purifica esta percepción de lo que me merezco. En los últimos años, me he vuelto mucho más consciente de lo poco útil que soy como servidora, y que el amor de Dios no siempre luce de la manera que nosotros quisiéramos.

Esto no significa que no puedas decirle al Señor cómo te sientes (olvidado, enojado, decepcionado, etc) cuando estás en medio de la espera, o cuando la respuesta a tus oraciones es "no". Después de todo, Él es un Padre amoroso que quiere que sus hijos confíen en Él. Esto significa que tenemos que aprender a aceptar que Dios no nos debe nada, no importa cuan justos pensemos que somos, y que su amor y providencia no siempre se ven de la manera en que nosotros esperamos --y que en última instancia esto es bueno.

Libertad respecto a un cronograma vital autoimpuesto:

Cuando estaba en la universidad, tenía toda mi vida planificada: conocería a mi futuro esposo en Notre Dame (porque no podía haber otros buenos católicos en el mundo sino en ese campus universitario compuesto de ocho mil estudiantes), me casaría a los 22 y tendría entre 4 y 6 hijos para cuando tuviera 35. El aferrarme a este cronograma me llevó a un totalmente inapropiado nivel de intranquilidad y ansiedad, y fue responsable de no pocas relaciones forzadas, tanto en la universidad como en los comienzos de mis veintes.

Una vez que se hizo claro que no iba a estar casada a los 22, reajusté el cronograma un poquito: mientras me case antes de los 30, me dije, todo estará bien. Puedo manejarme por mi misma como soltera hasta los 30. Todavía me veré bien en mis fotos de casamiento. Todavía podré tener cuatro o seis hijos y no ser una madre "vieja". Una vez más, esta cronología artificiosa fue causa de mucha ansiedad y descorazonamiento. El Señor me seguía pidiendo que esperara, y yo me seguía resistiendo.

Cuando al final me desprendí del cronograma, fue porque mi vida de oración y la sanación psicológica que estaba logrando a través de la terapia  me hicieron libre para confiar en que los tiempos de Dios son infinitamente mejores que los míos. Llegué a un punto, a mis jóvenes 31 años, en que estaba dispuesta a decir con santa Gianna, "lo que sea que Dios quiera", y realmente creer que lo que Dios quisiera para mí sería lo mejor.

Perspectiva de eternidad:

Por mucho que me guste decir que creo en la vida eterna, y que sé que el mundo no es mi morada y que nada en esta vida podrá satisfacerme del todo, la mayor parte del tiempo vivo como si no lo creyera. Me di cuenta de esto de una manera nueva en la terapia, cuando al fin llegué a articular que tenía miedo de morir sin llegar a casarme antes, porque había hecho del matrimonio, en mi cabeza, la finalidad de mi existencia. Tanto en la terapia como en la dirección espiritual, llegué al fondo de esta idolatría: mi miedo a la muerte y la debilidad de mi fe en la vida eterna.

El Señor, de manera amorosa y delicada me enseñó que, a menos que pusiera mi esperanza en Él y en su promesa de vida eterna, el cáliz de la felicidad terrenal del que tanto deseaba beber se volvería cenizas en mi boca.

Ahora, mientras espero el nacimiento de mi hijo, se me recuerda esta realidad: a menos que mi alegría esté fundada en los cimientos inconmovibles del amor de Cristo, incluso algo tan hermoso como ser madre puede convertirse en un fardo imposible de cargar. A menos que mi esperanza esté en el Cielo y mi perspectiva sea la de la eternidad, esta vida será miserable. Vivir mi vida a la luz del Cielo es una tarea cotidiana: nunca lo haré perfectamente, pero por la gracia de Dios, estoy aprendiendo a ser más consciente de cuánto lo necesito.

Tips para plenificarse durante la espera (osea, tu vida entera, porque siempre estarás esperando por algo):

Involúcrate en tareas significativas y en ayudar a los demás:

No podría haber sobrevivido a mi década de soltería sin tareas significativas y servicio a los demás porque 1) Es un modo a prueba de tontos de mover el foco de uno mismo y 2) Es algo esencial a la vida cristiana.

Dediqué entonces tiempo extra a mis estudiantes, empleé mi hora de almuerzo en formar relaciones con aquellos que necesitaban alguien que los escuchara, y dediqué horas cada fin de semana a lo que algunos considerarían "innecesaria" cantidad de feedback acerca de sus tareas para la clase de Teología.

Ofrecí mi tiempo libre en las tardecitas y fines de semana a la parroquia (como catequista), a mis amigos casados y familias con niños pequeños (como niñera y animadora) y a otras obras de caridad.

Escribí cartas y envié postales a aquellos que sabía que no tendrían tiempo para contestarlas, solamente por darles la alegría de recibir algo por correo.

Ojalá hubiera hecho más de esto y menos mirar Netflix, pero esa es otra historia.

Estas son las cosas para las cuales no tendré tiempo cuando mi hijo haya nacido y, Dios mediante, otros bebés vengan a nuestra familia. Sea cual sea el lugar de tu vida en el que estés ahora, hay maneras en las cuales puedes servir que son exclusivas de este momento en particular.

Tener esto en mente me motivó a seguir adelante en los períodos más difíciles de mi vida de soltera, del mismo modo que ir a Misa, contestar correo de los lectores de mi blog y bendecir a mis amigos con niños pequeños de cualquier manera que pueda me ayuda a seguir adelante en estos últimos días de mi embarazo.

Cultiva amistades auténticas:

Creo que esto no hace falta decirlo, pero lo diré de todos modos: es imposible vivir la vida cristiana sin amistades sólidas, y es mucho más fácil esperar con alegre esperanza cuando tienes hermanos en Cristo que rezan por ti, te animan, te desafían y simplemente te quieren. Mis años de soltería fueron hechos mucho más luminosos por mis queridas amigas que fueron (y son) verdaderas hermanas, y este último par de semanas de espera por mi pequeño J han sido mucho más livianas a causa de sus oraciones.

Reza (de verdad):

Esta es otra obviedad, pero tengo que decirla igual: la espera cristiana no puede llevarse a cabo sin una vida de oración en la que se sea realmente honesto con Dios. Oraciones específicas que me han sido de particular ayuda son las Letanías de la Paciencia y la Novena del Abandono a la Voluntad de Dios (en serio, esta novena te cambia la vida.).

Practica la gratitud:

Hace algunos años comencé a hacerme una rutina de empezar cada rato de oración con un acto de agradecimiento, en lugar de lanzarme de cabeza a la letanía de pedidos de cosas que quería que Dios me diera. Esto hizo una gran diferencia en mi manera de ver el mundo, en mi estado de ánimo y en mi manera de relacionarme con el Señor. Nuestra relación se volvió menos yo tratando de convencerle de darme cosas (por ejemplo, un marido) y más acerca de tener una verdadera relación con Él (¡Imagínenselo!).

Sin importar en dónde te encuentres en tu vida ahora, mi oración por ti es que el Señor te bendiga haciéndote esperar, y que le respondas de manera diferente a como lo hice yo: no resistiéndote, sino aprendiendo a esperar, dejándole trasformar tu corazón y empleándolo en servir a Cristo y a los demás.

* En inglés: entitlement: el sentimiento o percepción que se tiene de los derechos de uno y las obligaciones correlativas de otros. Suele tener sentido negativo: alguien que cree que ciertas cosas le corresponden en justicia y las exige de los demás cuando no es el caso.

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