sábado, 2 de febrero de 2019

La Oración de los Predicadores (I): Introducción.

Crédito: Fr. Lawrence Lew, OP.

Texto de la conferencia de Fr. Paul Murray, OP, durante el Capítulo General de la Orden de Predicadores de Providence, Rhode Island, en julio de 2001.

En el momento de ser recibidos en la Orden de Predicadores, a todos y cada uno de nosotros se nos preguntó: "¿Qué pides?" Y contestamos: "La misericordia de Dios y la vuestra". Esta mañana me encuentro aquí, en el Capítulo General de la Orden, para hablaros sobre el tema de la contemplación. Soy consciente, como quizás nunca antes lo he sido, de mis propias limitaciones y también, por lo mismo, de lo mucho que necesito de la paciencia y la compasión de mis hermanos. Dios sabe que todavía soy un pobre novicio en la vida de oración y de contemplación. Y no me cabe duda de que esta charla es la más difícil que jamás se me haya pedido. Así pues, hermanos, os pido con toda sinceridad que tengáis compasión de mí y de mis palabras.

Una característica distintiva de muchos de nuestros santos y predicadores dominicos más conocidos ha sido su gran fidelidad a la vida de oración y contemplación. Ahora bien, por lo menos hasta hace muy poco tiempo, la Orden ha sido generalmente conocida en la Iglesia más por su talla intelectual que por su celo contemplativo. Hoy, sin embargo, todo eso está empezando a cambiar. Por ejemplo, en este momento tenemos a nuestra disposición más traducciones que nunca de los escritos de autores como Juan Taulero, Catalina de Siena, Enrique Susón y el maestro Eckhart. Sucede incluso que Santo Tomás de Aquino, que siempre fue venerado en la Iglesia como un teólogo dogmático, actualmente es considerado por muchos como un maestro espiritual.

Parecería que, de repente, tenemos la oportunidad de permitir que la dimensión contemplativa de nuestra tradición hable a una nueva generación con una autoridad profunda e impresionante. Pero nuestra tarea inmediata y, sin duda, el motivo de la charla de esta mañana es consentir que esta tradición nos hable a nosotros mismos en primer lugar, aquí y ahora, y que se dirija no sólo a nuestros corazones y nuestras mentes, sino también a la manera en que vivimos nuestras vidas como predicadores. Por supuesto, todos los que estamos aquí nos sentimos deudores del testimonio de nuestras hermanas dominicas contemplativas. No sabría expresar la deuda tan grande que tengo con la comunidad de hermanas del convento de Siena en Droheda, Irlanda. Y algunos de vosotros, si no todos, sois conscientes del reconocimiento pleno del testimonio de las hermanas contemplativas expresado por el maestro Timothy en su más reciente carta a la Orden.

Hay que decir que no todas las formas de contemplación han sido reconocidas por nuestros predecesores dominicos. De hecho, en el Vitae Fratrum, se ha conservado el relato real de un desafortunado fraile que estuvo a punto de perder la fe a causa del exceso de "contemplación". En esta línea, en su largo tratado sobre la contemplación, Humberto de Romanis se queja abiertamente de las personas cuya "única pasión es la contemplación". Esa gente busca, dice él, "una oculta vida de quietud" o "un lugar retirado para la contemplación", y entonces se niegan "a responder a la petición de ser útiles a los demás mediante la predicación".

Vale la pena señalar aquí que la palabra "contemplación" no posee en estos primeros textos dominicanos el carácter esotérico y altamente místico que posteriormente adquirirá en el siglo XVI. Es verdad que esa palabra puede estar ocasionalmente relacionada con las nociones de retiro y de huida, pero tiende a tener una connotación más sencilla y elemental. De hecho, a menudo puede significar poco más que un simple acto de atención o de estudio orante. (En tiempos modernos, para aumentar la confusión, tendemos a usar la palabra "contemplación" como un sinónimo común de oración).



Es obvio que Humberto de Romanis no intenta en modo alguno presentar como opuestas la vida de oración y la vida de predicación. "Dado que el esfuerzo humano no puede lograr nada sin la ayuda de Dios", escribe, "lo más importante de todo para el predicador es que debe recurrir a la oración". Ahora bien, la vida de oración y contemplación que Humberto de Romanis y los primeros dominicos recomendarían, contemplación que constituye también el tema central de esta charla, es aquella que nos movería, utilizando la excelente frase de Humberto, "a salir a la luz pública", es decir, a comenzar a realizar la tarea de la predicación.

Para comenzar nuestras reflexiones, sugiero que no nos fijemos primeramente en ninguno de los textos más famosos de nuestra tradición, sino en el texto de un dominico francés anónimo del siglo XIII. Encontré este texto escondido en un enorme comentario bíblico sobre el libro del Apocalipsis que había sido atribuido a Santo Tomás durante muchos siglos. Sin embargo, actualmente se considera que ese trabajo fue elaborado por un equipo de dominicos que trabajó en Saint-Jacques de París bajo la supervisión de Hugo de Saint-Cher entre 1240 y 1244. Aunque la mayor parte del comentario es bastante aburrido, algunos textos están elaborados con una claridad y una fuerza que, en ciertos momentos, recuerdan la obra de la contemplativa francesa moderna Simone Weil. En uno de esos pasajes, el autor dominico en cuestión afirma que, entre las cosas que "un hombre ha de ver en la contemplación" y debe "escribir en el libro de su corazón", están "las necesidades de su prójimo":

"Debe ver en la contemplación lo que le gustaría haber hecho por sí mismo si se encontrase en tal necesidad y cuán grande es la debilidad de cada ser humano… Entienda, por lo que conoce de sí mismo, la condición de su prójimo ('Intellige ex te ipso quae sunt proximi tui'). Y lo que vea en Cristo y en el mundo y en su prójimo, escríbalo en su corazón".

Estas líneas son memorables por la atención compasiva que prestan al prójimo en el contexto de la contemplación. Pero me gustaría pensar también que su énfasis en el verdadero conocimiento de uno mismo, así como su sencilla apertura a Cristo, al prójimo y al mundo, tienen un matiz distintivamente dominicano. El pasaje termina con una referencia sencilla, pero impresionante, a la tarea de la predicación. Nuestro autor nos exhorta, en primer lugar, a entendernos a nosotros mismos y a estar atentos a todo lo que vemos a nuestro alrededor y en nuestro prójimo, y también a reflexionar en lo más profundo de nuestro corazón sobre las cosas que hemos observado. Y entonces se nos pide que salgamos y vayamos a predicar: "Primero, ve; después, escribe; y más tarde, envía. Lo primero que se necesita es el estudio; después, la reflexión en lo más hondo del corazón y, a continuación, la predicación".


El resto de mi charla estará dividido en tres secciones: 1) La contemplación como visión de Cristo. 2) La contemplación como visión del mundo. 3) La contemplación como visión del prójimo.

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