jueves, 26 de diciembre de 2019

En La Buhardilla

En honor al estreno de la nueva adaptación de Mujercitas, dejo aquí la traducción en verso que hice en su momento del poema In The Garret, de la segunda parte de la novela, llamada Good Wives (Buenas Esposas):

Cuatro pequeños arcones, en fila formados,
Opacados por el polvo y por el tiempo ajados,
Todos decorados y atestados, largo tiempo atrás,
Por niñas ahora en plena edad.
Cuatro pequeñas llaves, colgando lado a lado,
Otrora alegres y brillantes sus lazos decoloridos,
Con infantil orgullo una vez atados,
En un día lluvioso, allá en el pasado.
Cuatro pequeños nombres, uno en cada tapa,
Por una mano infantil tallados;
Bajo ellos escondidas yacían
Historias de la alegre pandilla
Que otrora aquí jugara y cada tanto se detuviera
a oír el suave refrán
que sobre el alto techo fuera y viniera,
En el caer de la lluvia veraniega.

“Meg”, lee la primera tapa, suave y bello.
Con ojos cariñosos miro dentro,
Pues doblado con familiar esmero
un bondadoso depósito encuentro,
de una vida pacífica el testimonio cierto:
Regalos para una dulce hija,
Un vestido para la novia, cartas a una esposa,
El mechón de un bebé, un zapato pequeño.
No quedan ya juguetes, en este arcón primero:
Han sido todos llevados ya,
A unirse otra vez, en su anciana edad,
Con Meg en nuevo papel y nuevo hogar.
¡Oh, madre feliz! Bien sé yo
Que cual dulce refrán te esperan,
Siempre simples y suaves arrullos,
En el caer de la lluvia veraniega.

“Jo” dice la siguiente, borroneado y gastado,
Y de entre la abigarrada reserva
De muñecas decapitadas y manuales deshojados,
pájaros y bestias de voz ya muerta,
Botines de un campo de ensueño traídos,
Solamente por jóvenes pies hollado;
Sueños de un futuro jamás venido,
Recuerdos de un aún dulce pasado,
Cartas de abril, frías y tibias,
Diarios de una niña voluntariosa,
Indicios de una mujer en juventud envejecida,
Una mujer en una casa solitaria,
Cual triste refrán oyendo,
“Sé amable, amor, y el amor vendrá”
En el caer de la lluvia veraniega.

¡Mi Beth! Siempre es barrido el polvo
De la tapa que lleva tu nombre,
Como por ojos amantes y llorosos,
Como de manos siempre cuidadosas recibiendo lustre.
La muerte nos ha dado una santa,
Más divina que humana;
y aún con tierna protesta ponemos
reliquias en este santuario hogareño:
La campana de plata, tan escasamente tocada;
La gorra última que usó,
La bella Catalina que colgaba,
Sobre su puerta, por ángeles cargada.
Las canciones que sin lamento,
En su casa-prisión de dolor cantaba;
Mezclados para siempre han de quedar,
En el caer de la lluvia veraniega.

Sobre el campo pulido de la última tapa,
En leyenda ahora bella y verdadera,
Un gallardo caballero en su escudo lleva,
“Amy” en oro y azur emblazonada.
Allí dentro las redecillas que su cabello retuvieron,
Zapatillas que a su última danza tiempo ha asistieron,
Flores marchitas con cuidadoso celo guardadas,
Abanicos cuyo ventilante afán han abandonado,
Alegres valentines, ardientes llamas,
Naderías que su papel han realizado,
En femeninos miedos, vergüenzas y esperanzas,
De un corazón doncel la semblanza.
Aprende ahora más bellos y verdaderos encantos,
Escuchando, cual despreocupado refrán,
De campanas de boda el argentino tintinear,
En el caer de la lluvia veraniega.

Cuatro pequeños arcones, en fila formados,
Opacados por el polvo y por el tiempo ajados,
Cuatro mujeres, en penas y dolores enseñadas,
A amar y trabajar en su edad privilegiada.
Cuatro hermanas, separadas por un suspiro,
Ninguna perdida, solo una adelantada,
y por el poder del amor inmortal hecha,
Para siempre más querida y más cercana.
Oh, cuando estos nuestros tesoros
Aparezcan abiertos ante el Padre celestial,
En horas doradas se muestren ricos,
Obras aún más bellas por su luz a brillar;
Vidas cuya música valerosa haya de resonar,
Cual removedora fuerza espiritual;
Almas que han de alegres cantar y volar,
Bajo el sol sin par que tras la lluvia ha de brillar.

lunes, 23 de diciembre de 2019

¡Feliz Navidad!



Carta nº36, escrita con ocasión de la Navidad en algún momento entre 1223 y 1236

El Hermano Jordán, de la Orden de Predicadores, siervo inútil, a su hija, queridísima en Cristo, hermana Diana, en el convento de santa Inés de Bolonia: que sea llena de los dones de la caridad celestial.

No dispongo ahora del tiempo libre para escribir, como querría, una carta lo suficientemente larga como para ser digna de vuestra caridad. Sin embargo le escribo y le envío la Palabra Abreviada, hecha pequeña en la cuna, la Palabra que se hizo carne por nosotros, la palabra de la Salvación y de la Gracia, la Palabra de dulzura y de gloria, la Palabra buena y amable, Jesucristo, y "Jesucristo crucificado", exaltado en la cruz, elevado a la derecha del Padre. A Él y a través de Él eleve su alma, y sea Él para usted su descanso sin fin. Lea esta Palabra en su corazón, rúmiela en su mente, y deje que se vuelva dulce como la miel en su boca. Piense y medite esta Palabra; que permanezca con usted y haga en usted su morada para siempre.1

Hay otra palabra, corta, breve, aquella que su corazón y afectos se dirán a sí mismos y darán así satisfacción al afecto que usted me tiene. Que esta palabra esté también con usted y permanezca de la misma manera siempre con usted. 

Adiós, y rece por mí.



1. Jn I, 14; 1 Cor. II, 2.

Traducción nuestra a partir de GEORGES, N. OP (1933) Blessed Diana and Blessed Jordan OF THE ORDER OF PREACHERS THE STORY of a HOLY FRIENDSHIP and a SUCCESSFUL SPIRITUAL DIRECTION. The Rosary Press, Somerset, Ohio.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

Dios es Popperiano


Desde siempre los seres humanos han tenido gran curiosidad de entender el funcionamiento del universo, y también los acontecimientos futuros. Profecías y adivinaciones son un fenómeno tan común en diferentes culturas como lo es el afán científico, ya sea natural o filosófico.




La ansiedad sobre el futuro se manifiesta especialmente en la toma de decisiones importantes, de esas que cambian la vida de uno, y también en las pequeñas, si es que algo nos demuestra la gran preocupación existencialista. Toda elección implica una previa deliberación, y toda deliberación implica sopesar una serie de factores, algunos de los cuales no tenemos manera de discernir con exactitud; de ahí la importancia capital de la virtud de la prudencia para hacer buenas elecciones.

Discernimiento, he aquí la palabreja maldita; prudencia, la palabra despreciada.

Ríos de tinta y bits corren en libros e internet acerca de qué cosa sea o no sea el discernimiento, ya sean las reglas de san Ignacio, las advertencias de san Alfonso o alguna referencia al Contra Retrahentes de santo Tomás, cada cual con sus matices y sus grandes diferencias. El gran problema con todos estos escritos, especialmente los escritos con brocha más gruesa, es que intentan dar reglas generales para algo que es prudencial; buscan motivar a una acción y para ello deben presumir un estado de ánimo y de espíritu y una dirección hacia la cual orientar al lector. Salta a la vista en qué sentido esto puede ser un problema y por qué el consejo de una persona sabia y experiente se hace necesario en cada caso particular.

De lo que quisiera hablar aquí sería de algunas de las cosas imprudentes que he visto manejar a la ligera más de una vez, unas cuantas de entre ellas, moneda corriente en ciertos institutos de alta rotatividad vocacional (perdóneseme el tono aparentemente pasivo-agresivo: podría dar nombres, pero eso significaría irme de tema. Si conoce usted algún lugar así, entonces sabe de lo que estoy hablando. Si prefiere quedarse con el hipotético, es libre de hacerlo también).

"Dice san Alfonso que quien no sigue su vocación peca y arriesga su salvación"

Ciertamente san Alfonso discute este tema, pero está hablando de quien tiene certeza moral de su vocación, no de quien duda. La vocación no es como jugar a la quiniela, que si le apostás al número perdedor, fuiste. No es lo mismo quien no sabe lo que debe hacer y no lo hace que quien sabe lo que debe hacer e igual no lo hace: san Alfonso, de nuevo, está hablando del segundo caso, no del primero.

De la mano de esto viene el confundir vocación con estado de vida. La vocación generalmente incluye la elección de un estado de vida, matrimonial, sacerdotal o consagrada, pero no se identifica con ella. La vocación es el camino por el cual la Divina Providencia nos conduce, con nuestra cooperación, a la santidad y más allá de la muerte a la eternidad bienaventurada; el estado de vida es usualmente, pero no siempre, uno de los elementos de ese camino. Parece una distinción sutil, pero en los hechos el no hacerla lleva a problemas.

Un caso claro es el de la discusión sobre si existe una vocación a la soltería o no. Cuando se identifica vocación con estado de vida, entonces la persona que por diversas razones no puede entrar en uno de los tres estados, se siente abandonada o aparece como una especie de "error en el sistema". Peor aún, puede desarrollar la idea de que hizo algo mal, muy mal, y por eso no le es posible hacerlo. De esta mentalidad nace también la idea de que el abandonar un instituto religioso durante el período de formación o el seminario es algo vergonzoso, y quien lo hace, de un modo u otro, un infiel o un fracasado.

La vocación es un camino que se hace entre la iniciativa divina y la respuesta de nuestra voluntad, influenciada por factores que están fuera de nuestro control, como, por ejemplo el libre arbitrio de otros. De lo contrario se darían casos absurdos como que alguien hubiese sido marcado desde toda eternidad para ser sacerdote, pero su vocación sea frustrada cuando lo atropellan a los quince años y pierde los dos brazos. Y ahí queda, como una incógnita, el pobre hombre, porque no puede cumplir su vocación.

Seguro que el esquema hagiográfico moderno y simplista es cómodo por simple, pero muy rara vez se ajusta al camino del común de los mortales, e incluso aún cuando se aplica, es reduccionista: sin duda la vida de san Francisco de Borja tiene un punto de quiebre, conversión, llamado y respuesta en la muerte de la reina y su firme decisión de no volver a servir señor que se le pueda morir. Eso no significa que todo el resto de su vida antes de ello no haya sido vocación, o que su matrimonio con Leonor haya sido una rebeldía contra el llamado divino, todo lo contrario.

Del mismo modo, fue respuesta al llamado de Dios para santo Domingo ir a estudiar a Palencia, lo fue vender todos sus libros para ayudar a los pobres hambrientos, lo fue irse a Osma con don Diego de Azevedo y lo fue ir en la comitiva diplomática en busca de la princesa danesa. Fue respuesta a la vocación seguir predicando día tras día cuando todos lo dejaron solo.

Fue vocación para don Orione pasar tiempo entre los franciscanos, y entre los salesianos, y hacer un oratorio al ordenarse sacerdote.

Fue vocación para san Benito José Labré entrar y salir del monasterio, fue vocación pasarse la vida de peregrino de aquí para allá.

Fue vocación para san Rafael Arnáiz cada una de las veces que entró y también cada una de las veces que salió del monasterio.





No hubo en ninguno de ellos "errores" vocacionales o vocaciones frustradas, porque todas estas cosas constituyeron el camino del que Dios se sirvió para guiarlos, con su cooperación, a la santidad.

"Dios capacita a los que llama"

No deja de ser cierta, pero rara vez se la presenta con su contrapeso: la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona. Difícilmente tenga vocación salesiana la persona a la que le cuesta lidiar con niños, y diríamos que es un loco el que dijera que se va hacer cirujano aunque le repugnen la sangre y las vísceras, porque ya Dios se encargará de sacarle el asco.

Del mismo modo, es de pensar que una persona a la cual la deprime el encierro no va a encontrar su lugar en un monasterio de clausura, una persona físicamente débil no podrá ser trapense en un monasterio rural, o alguien a quien le es casi imposible aprender nuevos idiomas ser misionero en China rural.

¡Pero Dios no pone deseos imposibles en el corazón!

Esta suele traer implícita la idea de que todo deseo de algo bueno o superior viene de Dios; pero si yo soy casado con hijos pequeños, por muy santo que sea el deseo de entregar todos mis bienes y huir a la sierra a hacer vida de penitencia, parece claro que obedecer a ese deseo sería desatender mis responsabilidades y mi vocación y se apuesta lo que sea a que ese deseo viene de sí o del tentador.

La bondad de un deseo no depende solo del fin o del objeto, sino de las circunstancias en que la persona que desea se encuentra. Además, nuestros deseos nunca o casi nunca tienen una única motivación, y junto con motivaciones muy despegadas hay también otras muy prosaicas y terrenas.

Louis and Zèlie Martin desearon mucho la vida religiosa, y aún luego de haberse confirmado que no podían abrazar ese estado de vida, quisieron tener un matrimonio josefita. Por más intenso y generoso que fuera este deseo, era uno que no era realizable en el plan de la Divina Providencia.



El (pseudo) razonamiento (quasi) escotista: si podés hacerlo, entonces tenés que hacerlo.

Sin duda que si uno puede hacer algo bueno o excelente, debe preguntarse si debe, pero el mero poder no implica el deber, de lo contrario deberíamos hacer todo lo que podemos, y eso no es posible porque unos bienes excluyen otros.

Este argumento nace a menudo de una mala lectura del Contra Retrahentes: se toma la larga argumentación de Tomás acerca del llamado del Señor en las escrituras para interpretar que, dado que en las escrituras está el llamado a seguir a Cristo en los consejos evangélicos, entonces todo el mundo debería intentar seguir esta vida y solo casarse en caso de que le resulte imposible.

Claro que cuando uno toma el Contra Retrahentes y lo lee en su contexto, se trata de una obra que se escribe, no para quienes dudan, sino para responder a quienes quieren impedirle a alguien que tiene certeza de ser llamado el entrar en religión.

Acompañada de todas estas frases o principios viene a menudo la idea de que la prudencia no es otra cosa que la cobardía disfrazada de virtud; que toda dificultad puede ser superada y que en cualquier caso lo que hay que hacer es intentar, no importa las preocupaciones en sentido contrario. Así se esconde bajo la imagen del santo celo, una despreocupación por el bien y la salud del alma del que discierne. La prudencia no es necesariamente la voz que llama a la comodidad o a la negación; el Señor mismo dice que el que va a construir una torre debe de pensar primero si tiene dinero para terminarla, y el que va a hacer la guerra, si tiene soldados suficientes para luchar. De esto se sigue que el que no los tiene no debe darse a la empresa, pero que el que quiere y dispone de lo que hace falta, sí puede hacerlo. El que te manda construir la torre no teniendo claro si te dan los materiales será el mismo que después se lavará las manos y te dirá que no es asunto suyo.

De un modo u otro todos estos principios giran en torno a los signos de Dios y cómo discernirlos. Hay quienes ven signos en todas partes, y quienes prefieren no hacer caso de ningún signo. A todos nos gustaría ser Gedeón, y prácticamente hartar a Dios pidiéndole todas las combinaciones posibles de seco y mojado con el vellocino antes de actuar. Pero resulta que el caso de Gedeón es raro incluso para las Sagradas Escrituras. 

Lo que me dice la experiencia y la observación es que Dios casi nunca da signos a pedido; que cuando da signos positivos, los da cuando no se los ha pedido; y que la mayor parte del tiempo, Dios es popperiano: la clase de signo en la que se prodiga es el negativo, el que más que indicar por dónde debemos ir, nos indica por dónde NO ir. A nosotros, claro está, nos gusta dar coces contra el aguijón.

Precioso, me dirá alguno, pero es relativamente más fácil saber qué no se debe hacer que qué se debe hacer. Y pienso que a veces, a fuerza de mirar a la distancia, perdemos de vista lo que tenemos a pocos pasos de distancia. Creo que nos sería útil leer el libro de Tobías como modelo de vocación, providencia y discernimiento.

Todo el libro de Tobit gira en torno a la respuesta de Dios a las oraciones de Tobit y Sara, que viene a través de la "vocación" de Tobías. Cuando Dios envía al arcángel Rafael a auxiliar a estos tres personajes, no lo hace de modo tal que Rafael revele su identidad y misión completa desde el vamos a Tobías. No se le aparece un día de la nada y le dice "Soy Rafael, Dios me envía para curar la ceguera de tu padre y la humillación de tu parienta Sara. Esto es lo que vamos a hacer..."

La Providencia se sirve del pedido de Tobit a su hijo de que vaya a cobrar una deuda antes de su muerte, para poner el engranaje en acción. Y Tobías ve en el pedido de su padre aquello que debe hacer en ese momento, la misión a cumplir. Y lo mismo hará cuando se le indique buscar un compañero, y cuando Azarías le diga que guarde el hígado del pez, y cuando le diga que han de visitar a la familia de Sara, y... y... y... Tobías discierne y ejecuta la acción concreta a hacer aquí y ahora, sin angustiarse demasiado por lo que venga después del después. Y así se cumple en él la máxima del Evangelio, de que quien es fiel en lo poco, lo será también en lo mucho.

Quizá, en esa línea, debiéramos hacer más nuestra la oración de S. John Henry Newman:

Guíame, Luz amable, 
En medio de las tinieblas que me oprimen, 
¡Guíame adelante!
La noche es oscura y estoy lejos de casa,
¡Guíame adelante!
Sostén mis pasos
No quiero ver el escenario lejano
Con un solo paso me basta.

martes, 12 de noviembre de 2019

Nadie se hace santo solo

Ensayo presentado como trabajo final del curso para jóvenes de la Academía de Líderes Católicos del Uruguay, año 2019)




La vocación de los profetas en el Antiguo Testamento se encuentra marcada por el temor y la reverencia: reverencia, porque el profeta percibe el valor del tesoro que se le confía —la palabra divina— y temor, porque es consciente de lo pobre y limitado de los medios de los que dispone. El católico uruguayo no difiere mucho, en ese sentido, de los profetas de antaño: Dios y la Iglesia le confían el tesoro de la fe para que vaya y lo anuncie, y este, al mirarse a sí mismo y a su alrededor, se siente sobrecogido por la escasez de los recursos, el pequeño número de sus compañeros de viaje y la oposición a la que se enfrenta por varios frentes.

Al hablar de los desafíos y oportunidades de la Iglesia —y especialmente del laicado— en Uruguay, identificar, comprender cabalmente y jerarquizarlos a fin de seleccionar los más importantes, o los más urgentes, e incluso tener un panorama completo y realista de alguno de ellos es una tarea que excede en todo sentido las herramientas y el conocimiento del que dispone quien esto escribe. Es con esta conciencia que hemos redactado este texto y a partir de la cual pedimos la indulgencia del lector.

Me viene a la mente una escena de Lady Bird, en la que el director técnico del equipo de fútbol del colegio tiene que tomar el lugar del coordinador del grupo de teatro, y lo hace de la única manera que sabe: planificando la estrategia a seguir como si la obra fuese un partido. Cada cual, con más o menos conciencia, con mayor o menor intensidad, analiza la realidad y la enfrenta desde la perspectiva de sus propias experiencias, conocimientos y habilidades adquiridas. No es raro entonces que a un docente, y docente de Filosofía, le llame particularmente la atención, entre los tópicos de los que trata la exhortación apostólica del papa Francisco Gaudete et Exsultate1, el tratamiento de dos posturas o estados de espíritu respecto a qué significa ser cristiano en sentido operativo, qué significa llevar una vida cristiana; a las que denomina gnosticismo y pelagianismo.

Francisco caracteriza el gnosticismo actual con términos tales como “subjetivismo”, “inmanencia”, “mente sin encarnación”, “enciclopedia de abstracciones”, “superficialidad”, “ascepsis”, “orden omniabarcante”, “espiritualidad desencarnada”, “domesticación del misterio”... (36-42) Es, en fin, la imagen de la graciosa expresión inglesa “teólogo de butaca”: el deseo de conocer a Dios y las cosas divinas nace de un amor propio desordenado y por tanto encierra a la persona dentro de sí misma. Hijos de la modernidad que somos, la tentación de los sistemas de pensamiento capaces de explicarlo todo hasta el mínimo detalle, tan propios de esa época, es fuerte. 

Esta forma de gnosticismo es —a nuestro juicio y a diferencia de su contraparte en los primeros siglos del Cristianismo— más que una herejía, un vicio, el mismo que Santo Tomás de Aquino llama curiosidad (II-II, q. 167 a.1) —luego llamada vana curiosidad, para distinguirla de la curiosidad en sentido positivo— y que se identifica con aquello de lo que habla san Pablo al decir que “la ciencia hincha” (1 Co 8, 1). Este vicio cuando se arraiga impide la conversión y aleja por tanto de la santidad, precisamente porque pone al yo en el centro, en el lugar que corresponde a Dios. ¿Cómo ha de ser entonces nuestra relación con el conocimiento de las cosas de Dios, para evitar caer en el gnosticismo o vana curiosidad? Retomaremos esto cuando hablemos más adelante del contexto uruguayo, y planteemos una sugerencia de acción.

Si el gnosticismo es una forma sutil de idolatría de la razón, el pelagianismo lo es de la voluntad. Es la asunción de que las propias fuerzas alcanzan para hacerse santo, para convertir a otros, o en una forma menos extrema, de que Dios me debe todas las gracias, las que yo quiero, cuando yo las quiero, porque yo las quiero2. Se ve reflejado en aquel que dice “Si fueras fiel, ya serías santo” y en el que se frustra y desespera porque siente que no avanza en la vida espiritual al ritmo que desearía. Del mismo modo que el gnosticismo se nos esconde detrás del conocimiento de Dios, el pelagianismo se esconde tras el deseo de santidad, como un amor desordenado de la propia perfección.

Tratándose de vicios sutiles, ambos ameritan un examen de conciencia. A menudo, aunque no siempre, cuando tienen aún poco arraigo, se dan de frente contra una realidad que pone en evidencia su insuficiencia y engaño.

Es muy conocido el caso de C.S. Lewis, quien escribiera El Problema del Dolor, en el cual caracteriza el dolor como el megáfono con el que Dios despierta a la humanidad3, el martillo y el cincel con el que configura la imagen del hombre pleno. Sin duda él creía en aquello que afirmaba, y sin embargo, cuando llegó la hora del dolor para sí, en la muerte de su esposa Joy, pudo experimentar en carne propia la insuficiencia de sus palabras: “Búscale cuando tu necesidad es desesperada, cuando toda otra ayuda es vana, ¿Qué te encontrarás? Una puerta que se cierra de golpe en tu cara, el ruido de una tranca, dos trancas siendo pasadas del otro lado. Y luego el silencio. Lo mejor será que te vayas. Cuanto más esperes, más enfático será el silencio.”4

Benedicto XVI decía que ante el problema del mal en el mundo y del dolor, la respuesta de Dios es silencio: es el silencio de Cristo en la cruz, que asume en su propia carne nuestros dolores y angustias y se hace solidario con nosotros.5 Esa respuesta divina es misterio y se resiste a la sistematización, como pudo comprobar Lewis y ha dejado como testimonio en Una Pena en Observación.

Menos conocido pero no menos ilustrativo es el caso de san Rafael Arnáiz, llamado cariñosamente el hermano Rafael. Experimentando en su juventud un fuerte llamado de Dios a entrar en la Trapa, él dió su sí con entusiasmo. A los pocos meses, sin embargo, una diabetes aguda lo obligó a abandonar el monasterio. Esta enfermedad le acompañó por el resto de sus días, forzándolo a salir de la trapa varias veces. En sus escritos espirituales cuenta cómo, al mirar para atrás, comprendió que detrás de sus deseos de ser sacerdote y monje perfecto, se encontraba un amor propio desordenado, que lo distraía de su búsqueda de Dios; y que cuando al fin le rindió los deseos de su corazón y se entregó plenamente en manos de la Providencia, descubrió que “solo Dios llena el alma… y la llena toda.”6

Al descubrir la presencia de Dios y los demás en nuestra vida, encontramos la oportunidad de hacernos conscientes de nuestro encierro —o de nuestra tendencia al encierro— y de la necesidad que tenemos de entrar en relación con ellos a través de la oración y el dar y recibir obras de misericordia7.

Llegados a este punto, en que nos toca abordar el análisis de la realidad nuestra concreta, se nos presenta una dificultad: tanto este pelagianismo como este gnosticismo son actitudes fundamentalmente interiores, en las que el juicio exterior de un tercero corre riesgo de transformarse en juicio temerario. En todo caso lo que sí se puede hacer es analizar, por un lado, las condiciones concretas en las que se da el aprendizaje o estudio de los contenidos de la fe, y por otro, las de nuestra evangelización particular, en términos de los medios de los que disponemos y los resultados que esperamos obtener. 
En lo que se refiere a lo primero, si bien la catequesis se encuentra extendida en parroquias y colegios, con frecuencia nos encontramos en situaciones que requieren de nosotros un conocimiento que va un poquito más allá de los rudimentos: una catequesis sobre la Creación puede familiarizar a la persona con el texto del Génesis y la noción de que Dios es el creador de todas las cosas; pero no le da herramientas para, por ejemplo, sabiendo en qué sentido es verdad el relato del Génesis, distinguir entre el creacionismo de la Tierra joven y otras formas de creacionismo compatibles con los hallazgos de la ciencia contemporánea y la interpretación que la Iglesia hace del texto de la creación. Y esta es una situación a la que se enfrentará un chico de 15 años (o sus padres/padrinos/formadores) en una clase de Biología en el liceo.

Además, el protestantismo, especialmente el evangelicalismo, se encuentran en franco crecimiento en nuestro país, y nos encontramos con predicadores fervorosos en la radio, en la plaza, yendo puerta por puerta, también en nuestros lugares de trabajo. A esto se suma la curiosidad o desafío de amigos y compañeros de trabajo que quizá no creen en nada, pero que tampoco conocen nada acerca de Jesús. Se nos hace necesario, como nos indicaba san Pedro, “dar razón de nuestra esperanza”.(1 Pe 3,15)

Con esto no queremos sugerir ni remotamente que todo católico deba transformarse en un especialista en Filosofía, Teología, Sagradas Escrituras, Patrología… pero lo cierto es que ya no es algo de lo que se pueda decir “con que los curas y las monjas sepan de estas cosas alcanza y sobra.” Por otra parte, la extensión de la escolarización, la reducción de muchas jornadas laborales, y sobre todo el desarrollo de los medios digitales de comunicación y almacenamiento de contenido han bajado varias de las barreras que dificultaban el acceso de muchos a los medios de formación.

Por otro lado, cuando se trata de evangelizar, es decir, de cumplir nuestra misión cristiana, nos encontramos un poco en esa situación que señalaba al comienzo: quienes no se encuentran vinculados a algún movimiento eclesial particular, a menudo se sienten, por así decir, como “francotiradores”: tratan de llevar una vida cristiana, ser sal y luz de los ambientes en que están, hacen oración, reciben los sacramentos… pero se sienten solos, aislados. Por diversos motivos, no encuentran en sus parroquias el apoyo y el acompañamiento que sienten que necesitan. En unos casos serán unos horarios de trabajo o estudio que le harán imposible asistir a las actividades parroquiales, en otros, simplemente, el mismo aislamiento que se hace palpable en la sociedad uruguaya, se traslada a la parroquia, porque los cristianos, al fin y al cabo, seguimos siendo hijos de nuestro siglo y de la sociedad en que nacemos.

Nuestro católico francotirador siembra mucho, recoge poco, se cansa, se fatiga, y corre riesgo de desanimarse. Naturalmente, porque el catolicismo no es una fe individualista, por el contrario, no se puede entender al cristiano en el Nuevo Testamento sin la comunidad cristiana.

Llegado a este punto, el lector, de manera muy legítima, podrá decirme: “Todo muy lindo, pero… ¿Cómo hacemos para que el que estudie no se nos vuelva un teólogo de butaca y la comunidad de ex-francotiradores no se nos transforme en guetto?”

Mi respuesta es una propuesta, y una que a lo mejor decepcione al comienzo: el fomento de la formación de pequeños grupos o círculos de estudio y fraternidad.

El paciente lector me dirá que acabo de inventar la pólvora; que este tipo de comunidades, bajo diferentes nombres —cofradías, asociaciones, fraternidades laicales…— existen desde hace tiempo inmemorial; todo lo que puedo decir en mi defensa es que, en los momentos de crisis y dificultad, la vuelta a las raíces suele ser el modo efectivo de retomar el camino hacia adelante. En medio de la corrupción moral del clero y el surgimiento de herejías que intentaban corregir esta situación yéndose al otro extremo (principalmente albigenses y valdenses) en los siglos XII y XIII, aparecen las figuras y las órdenes que hoy recordamos como clave del reflorecimiento de la fe hacia fines del medioevo: san Francisco y santo Domingo, franciscanos y dominicos. ¿Y qué es lo que propone san Francisco? Vivir el Evangelio. ¿Qué es lo que propone santo Domingo? La vida apostólica: orar, estudiar, predicar.

Visto, “desapasionadamente”, por así decir, esto parece una perogrullada; y sin embargo, si se me permite el dicho “viejo como el Evangelio y como el Evangelio nuevo”.

Intentar digerirse el Catecismo de la Iglesia Católica, los documentos de un concilio, los escritos de los Padres, los tratadistas espirituales en soledad… podría razonablemente considerarse ocasión de desánimo o soberbia. Pero cuando se comparte con otros —mejor aún si hay algo de comer y beber de por medio— lo difícil se hace fácil y lo que yo no supe ver o entender, otro sí; y donde se descubre y reconoce la propia limitación y dependencia, se achica la soberbia. Cuando nos acostumbramos a dar y recibir, nos hacemos cada vez más conscientes de la presencia del otro, del prójimo, a quien podemos dar y de quien podemos recibir, y así en esta dinámica enriquecernos sin que ninguno se empobrezca. 

A veces ese estudio tomará un lugar secundario porque tenemos una situación que hemos vivido y queremos comentar, o pedir consejo, o simplemente hemos recibido de Dios una luz o una bendición que queremos compartir con los demás. 

No se trata, sin embargo, de transformar el grupo en, una vez más, un guetto, los únicos amigos que hacemos. Por el contrario, queremos que eso bueno que tenemos llegue a otros, como una onda expansiva: los discípulos son enviados por Jesús a predicar, de dos en dos (Mc 6, 7), y a su regreso, los invita a un lugar apartado a descansar (Mc. 6, 31); la mujer samaritana, luego de conversar con el Señor junto al pozo, va a contárselo a sus vecinos (Jn 4). Ambas cosas son complementarias, no contradictorias.

Nunca ha de faltar la oración, puesto que Dios está donde sea que dos o tres estén reunidos en su nombre (Mt. 18, 20). Oración de petición por los de cerca y los de lejos, los que sufren y los que se encomiendan a nuestra oración; acción de gracias por los bienes recibidos, alabanza…

Es también con esta sugerencia, de vida fraterna y oración, unida al discernimiento, que Francisco plantea casi al cierre de la Gaudete et Exsultate, refiriéndose precisamente a la santificación en el mundo:

"La comunidad que preserva los pequeños detalles del amor, donde los miembros se cuidan unos a otros y constituyen un espacio abierto y evangelizador, es lugar de la presencia del Resucitado que la va santificando según el proyecto del Padre. (...) En contra de la tendencia al individualismo consumista que termina aislándonos en la búsqueda del bienestar al margen de los demás, nuestro camino de santificación no puede dejar de identificarnos con aquel deseo de Jesús: «Que todos sean uno, como tú Padre en mí y yo en ti» (Jn 17,21)." (145-146)

Quizá esta nuestra propuesta no sea la más original, la más brillante, o la más aplicable a gran escala; pero tenemos la esperanza de que pueda rendir algún fruto. Después de todo, el árbol de mostaza de la parábola alguna vez fue la más pequeña de todas las semillas.
Bibliografía

ARNÁIZ BARÓN, Rafael (1966). Vida y escritos. Madrid: El Perpetuo Socorro.
BENEDICTO XVI (2007) Spe Salvi. Carta Encíclica sobre la Esperanza cristiana. En línea: http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20071130_spe-salvi.html (8/11/19)
FRANCISCO (2018), Gaudete et Exsultate. Exhortación Apostólica sobre el llamado a la santidad en el mundo actual. En línea: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20180319_gaudete-et-exsultate.html (8/11/19)
LEWIS, C.S. (2009) A Grief Observed. Londres: Harper-Collins.
_________ (2016), The Problem of Pain. Québec: Samizdat University Press.

 1. Salvo que se explicite en contrario, todas las referencias entre paréntesis son de FRANCISCO (2018), Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate.
2. Parafraseando el dicho de santa María Maravillas de Jesús, que le decía al Señor, en el otro extremo: “lo que Tú quieras, cuando Tú quieras, porque Tú lo quieras”.
3. “God whispers to us in our pleasures, speaks in our conscience, but shouts in our pains: it is His megaphone to rouse a deaf world.”  (LEWIS, C.S. The Problem of Pain, pp. 57-58)
4.  LEWIS, C.S. A Grief Observed, pp 5-6. Traducción nuestra.
5. “El hombre tiene un valor tan grande para Dios que se hizo hombre para poder com-padecer Él mismo con el hombre, de modo muy real, en carne y sangre, como nos manifiesta el relato de la Pasión de Jesús. Por eso, en cada pena humana ha entrado uno que comparte el sufrir y el padecer; de ahí se difunde en cada sufrimiento la con-solatio, el consuelo del amor participado de Dios y así aparece la estrella de la esperanza.” (BENEDICTO XVI, Spe Salvi, 39).
6. ARNÁIZ BARÓN, Rafael. Dios y mi Alma. “4 de Marzo de 1938 - Viernes”.
7. No es casualidad que la Gaudete et Exsultate presente las bienaventuranzas luego de hablar de los dos enemigos de la santidad desarrollados más arriba: se trata no solo de sus contrarios, sino de sus remedios, que se operacionalizan también en las obras de misericordia corporales y espirituales.

sábado, 9 de febrero de 2019

La Escuela de la (Im)paciencia

Crédito: Christina Grace Dehan Jaloway

Escribo esto a las 41 semanas y 4 días de embarazo (No, por ahora no me inducirán el parto, ya que mi partera es de la filosofía de que, mientras el bebé y la madre estén sanos, no hace falta apurar al niño a que nazca). Si eres una madre que ha seguido embarazada luego de la fecha prevista de parto, sabes cuán dura puede ser la espera. ¡Tantos de ustedes me han enviado mensajes de aliento, comentarios, e-mails, ofreciéndome oraciones y consejos prácticos de cómo hacer pasar un poquito más rápido estos largos días! Realmente lo aprecio, pero me siento casi que culpable, porque la espera no ha sido tan difícil --o mejor dicho, tan difícil como pensé que sería.


Ayer en Misa, empecé a reflexionar acerca de por qué es así. Como he compartido ya en el pasado, mi modus operandi típico es ser ridículamente impaciente respecto a prácticamente todo, desde mi cumpleaños a mi vocación en la vida. ¿Por qué no ha sido este el caso estos últimos diez días de incomodidad, fatiga y otros tantos no tan divertidos síntomas del último trimestre de embarazo?

Creo que es porque diez días (o dos semanas, o cuanto tiempo sea hasta que este niño se decida a hacer su aparición) de espera a que mi bebé nazca --suceso que sé que se dará eventualmente-- es nada comparado con los diez años de espera antes de conocer a mi marido y abrazar la vocación del matrimonio. O la espera por la unión con Cristo que deseo y que solo sucederá plenamente en el Cielo.

Cuando me di cuenta de esto ayer, me llené de gratitud por todo lo que el Señor me ha enseñado, por todo lo que ha purificado en mí durante mis años de soltería. Incluso si no has pasado diez años esperando alcanzar tu vocación, si ahora mismo estás en medio de la espera por algo que tu corazón desea ardientemente, te garantizo que el Señor ha educado/está educando tu corazón en la escuela de la paciencia.

Hoy quiero compartir con ustedes lo que el Señor me ha enseñado en el crisol de la Paciencia, así como las cosas prácticas que he aprendido mientras esperaba y que han hecho el camino mucho más ligero y alegre.

El fruto de la espera:

Purificación de la percepción de lo que nos merecemos*:


Nos guste o no, la mayoría de los que vivimos en el mundo desarrollado tendemos a pensar que nos merecemos estas y aquellas bendiciones de Dios: este puesto de trabajo, esta vocación en particular, cierto estándar de vida, buena salud, seguridad financiera, un bebé que venga "a tiempo"... sea lo que sea, esta tendencia es fuerte.

La he notado en mí misma, y también he notado que cuanto más me hace esperar el Señor (incluso si esto significa esperar al Cielo por ciertos dones), más se purifica esta percepción de lo que me merezco. En los últimos años, me he vuelto mucho más consciente de lo poco útil que soy como servidora, y que el amor de Dios no siempre luce de la manera que nosotros quisiéramos.

Esto no significa que no puedas decirle al Señor cómo te sientes (olvidado, enojado, decepcionado, etc) cuando estás en medio de la espera, o cuando la respuesta a tus oraciones es "no". Después de todo, Él es un Padre amoroso que quiere que sus hijos confíen en Él. Esto significa que tenemos que aprender a aceptar que Dios no nos debe nada, no importa cuan justos pensemos que somos, y que su amor y providencia no siempre se ven de la manera en que nosotros esperamos --y que en última instancia esto es bueno.

Libertad respecto a un cronograma vital autoimpuesto:

Cuando estaba en la universidad, tenía toda mi vida planificada: conocería a mi futuro esposo en Notre Dame (porque no podía haber otros buenos católicos en el mundo sino en ese campus universitario compuesto de ocho mil estudiantes), me casaría a los 22 y tendría entre 4 y 6 hijos para cuando tuviera 35. El aferrarme a este cronograma me llevó a un totalmente inapropiado nivel de intranquilidad y ansiedad, y fue responsable de no pocas relaciones forzadas, tanto en la universidad como en los comienzos de mis veintes.

Una vez que se hizo claro que no iba a estar casada a los 22, reajusté el cronograma un poquito: mientras me case antes de los 30, me dije, todo estará bien. Puedo manejarme por mi misma como soltera hasta los 30. Todavía me veré bien en mis fotos de casamiento. Todavía podré tener cuatro o seis hijos y no ser una madre "vieja". Una vez más, esta cronología artificiosa fue causa de mucha ansiedad y descorazonamiento. El Señor me seguía pidiendo que esperara, y yo me seguía resistiendo.

Cuando al final me desprendí del cronograma, fue porque mi vida de oración y la sanación psicológica que estaba logrando a través de la terapia  me hicieron libre para confiar en que los tiempos de Dios son infinitamente mejores que los míos. Llegué a un punto, a mis jóvenes 31 años, en que estaba dispuesta a decir con santa Gianna, "lo que sea que Dios quiera", y realmente creer que lo que Dios quisiera para mí sería lo mejor.

Perspectiva de eternidad:

Por mucho que me guste decir que creo en la vida eterna, y que sé que el mundo no es mi morada y que nada en esta vida podrá satisfacerme del todo, la mayor parte del tiempo vivo como si no lo creyera. Me di cuenta de esto de una manera nueva en la terapia, cuando al fin llegué a articular que tenía miedo de morir sin llegar a casarme antes, porque había hecho del matrimonio, en mi cabeza, la finalidad de mi existencia. Tanto en la terapia como en la dirección espiritual, llegué al fondo de esta idolatría: mi miedo a la muerte y la debilidad de mi fe en la vida eterna.

El Señor, de manera amorosa y delicada me enseñó que, a menos que pusiera mi esperanza en Él y en su promesa de vida eterna, el cáliz de la felicidad terrenal del que tanto deseaba beber se volvería cenizas en mi boca.

Ahora, mientras espero el nacimiento de mi hijo, se me recuerda esta realidad: a menos que mi alegría esté fundada en los cimientos inconmovibles del amor de Cristo, incluso algo tan hermoso como ser madre puede convertirse en un fardo imposible de cargar. A menos que mi esperanza esté en el Cielo y mi perspectiva sea la de la eternidad, esta vida será miserable. Vivir mi vida a la luz del Cielo es una tarea cotidiana: nunca lo haré perfectamente, pero por la gracia de Dios, estoy aprendiendo a ser más consciente de cuánto lo necesito.

Tips para plenificarse durante la espera (osea, tu vida entera, porque siempre estarás esperando por algo):

Involúcrate en tareas significativas y en ayudar a los demás:

No podría haber sobrevivido a mi década de soltería sin tareas significativas y servicio a los demás porque 1) Es un modo a prueba de tontos de mover el foco de uno mismo y 2) Es algo esencial a la vida cristiana.

Dediqué entonces tiempo extra a mis estudiantes, empleé mi hora de almuerzo en formar relaciones con aquellos que necesitaban alguien que los escuchara, y dediqué horas cada fin de semana a lo que algunos considerarían "innecesaria" cantidad de feedback acerca de sus tareas para la clase de Teología.

Ofrecí mi tiempo libre en las tardecitas y fines de semana a la parroquia (como catequista), a mis amigos casados y familias con niños pequeños (como niñera y animadora) y a otras obras de caridad.

Escribí cartas y envié postales a aquellos que sabía que no tendrían tiempo para contestarlas, solamente por darles la alegría de recibir algo por correo.

Ojalá hubiera hecho más de esto y menos mirar Netflix, pero esa es otra historia.

Estas son las cosas para las cuales no tendré tiempo cuando mi hijo haya nacido y, Dios mediante, otros bebés vengan a nuestra familia. Sea cual sea el lugar de tu vida en el que estés ahora, hay maneras en las cuales puedes servir que son exclusivas de este momento en particular.

Tener esto en mente me motivó a seguir adelante en los períodos más difíciles de mi vida de soltera, del mismo modo que ir a Misa, contestar correo de los lectores de mi blog y bendecir a mis amigos con niños pequeños de cualquier manera que pueda me ayuda a seguir adelante en estos últimos días de mi embarazo.

Cultiva amistades auténticas:

Creo que esto no hace falta decirlo, pero lo diré de todos modos: es imposible vivir la vida cristiana sin amistades sólidas, y es mucho más fácil esperar con alegre esperanza cuando tienes hermanos en Cristo que rezan por ti, te animan, te desafían y simplemente te quieren. Mis años de soltería fueron hechos mucho más luminosos por mis queridas amigas que fueron (y son) verdaderas hermanas, y este último par de semanas de espera por mi pequeño J han sido mucho más livianas a causa de sus oraciones.

Reza (de verdad):

Esta es otra obviedad, pero tengo que decirla igual: la espera cristiana no puede llevarse a cabo sin una vida de oración en la que se sea realmente honesto con Dios. Oraciones específicas que me han sido de particular ayuda son las Letanías de la Paciencia y la Novena del Abandono a la Voluntad de Dios (en serio, esta novena te cambia la vida.).

Practica la gratitud:

Hace algunos años comencé a hacerme una rutina de empezar cada rato de oración con un acto de agradecimiento, en lugar de lanzarme de cabeza a la letanía de pedidos de cosas que quería que Dios me diera. Esto hizo una gran diferencia en mi manera de ver el mundo, en mi estado de ánimo y en mi manera de relacionarme con el Señor. Nuestra relación se volvió menos yo tratando de convencerle de darme cosas (por ejemplo, un marido) y más acerca de tener una verdadera relación con Él (¡Imagínenselo!).

Sin importar en dónde te encuentres en tu vida ahora, mi oración por ti es que el Señor te bendiga haciéndote esperar, y que le respondas de manera diferente a como lo hice yo: no resistiéndote, sino aprendiendo a esperar, dejándole trasformar tu corazón y empleándolo en servir a Cristo y a los demás.

* En inglés: entitlement: el sentimiento o percepción que se tiene de los derechos de uno y las obligaciones correlativas de otros. Suele tener sentido negativo: alguien que cree que ciertas cosas le corresponden en justicia y las exige de los demás cuando no es el caso.

viernes, 8 de febrero de 2019

La Oración de los Predicadores (y IV) La contemplación: una visión del prójimo.

Continuación de la conferencia de Fr. Paul Murray, OP, durante el Capítulo General de la Orden de Predicadores de Providence, Rhode Island, en julio de 2001.

San Francisco de Asís en éxtasis, Pedro de Mena.

En la literatura religiosa tradicional, la palabra "éxtasis" está frecuentemente ligada a la contemplación. Pero, por supuesto, en la calle esa palabra significa hoy en día una sola cosa: ¡una droga muy potente y peligrosa! A lo largo de los siglos, los dominicos no se han recatado en el uso de esa palabra a la hora de hablar sobre la oración o la contemplación. Pero es típico el siguiente comentario de Eckhart, más bien agudo y desafiante. Afirma: "Si una persona estuviera en éxtasis, como San Pablo estuvo, y supiera que algún enfermo tenía necesidad de que le diera un poco de sopa, yo creo que sería mucho mejor que esa persona dejara su éxtasis por amor y mostrara mayor amor en el cuidado del necesitado". "Amor", he ahí esa pequeña palabra del Evangelio, ese heraldo de la gracia de la atención, que nos recuerda a todos nosotros lo que realmente significa la palabra contemplación, la contemplación cristiana.

Una de las afirmaciones sobre Santo Domingo más frecuentemente citadas es que "entregaba el día a su prójimo y la noche a Dios". Es una afirmación elocuente, pero, en cierto modo, no es estrictamente verdadera, pues, incluso antes de que el día se acabara, en el gran silencio y soledad de las largas vigilias nocturnas de Domingo, el prójimo no era nunca olvidado. Según uno de los contemporáneos del Santo -el hermano Juan de Bolonia-, después de largas oraciones en las que permanecía postrado boca abajo en el suelo de la iglesia, Domingo se levantaba y rendía dos pequeños actos de homenaje: primeramente "visitaba cada uno de los altares de la iglesia… hasta la media noche", y después "iba sigilosamente a visitar a los hermanos que dormían y, si era necesario, les cubría".

El modo en que este relato ha sido escrito produce en uno la sensación de que la reverencia de Domingo hacia cada uno de los altares de la iglesia está, de algún modo, íntimamente relacionada con su reverencia y cuidado de los hermanos que dormían. Es casi como si Domingo reconociera, antes que nada, la presencia de lo sagrado en los altares y después, con no menor reverencia, esta misma presencia en sus propios hermanos. Siempre me ha llamado poderosamente la atención una frase de Nicolás Cabasilas citada por Yves Congar hace muchos años. Dice así: "De entre todas las criaturas visibles, sólo la naturaleza humana puede ser realmente un altar". El mismo Congar, en su libro El Misterio del Templo, se permite afirmar: "Todo cristiano tiene derecho al nombre de 'santo' y al título de 'templo' ". Igualmente Jordán de Sajonia, el primer maestro después de Domingo, haciéndose eco de la misma visión paulina, exclamó en una carta escrita a una comunidad de monjas dominicas: "El templo de Dios es santo y ese templo eres tú; no cabe ninguna duda de que el Señor está en su santo templo cuando mora en ti".

Ilustración de Augusta Currell

En mi opinión, la más sobresaliente de todos los que, en la tradición dominicana, han hablado o escrito sobre el tema del prójimo en la contemplación es Santa Catalina de Siena. En la primera página de su Diálogo se nos dice que, "cuando estaba orando, elevada espiritualmente", Dios le reveló algo sobre el misterio y dignidad de cada uno de los seres humanos. "Abre los ojos de tu mente", le dijo, "y verás la dignidad y la belleza de mis criaturas racionales". Catalina le obedece inmediatamente, pero, al abrir los ojos de su mente en oración, descubre no sólo una visión de Dios y una visión de ella misma en Dios como su imagen, sino también una nueva y compasiva visión y conocimiento de su prójimo. "Inmediatamente se siente obligada", escribe Catalina, "a amar a su prójimo como a sí misma, porque ve cuán supremamente es amada por Dios, observándose a sí misma en la fuente del mar de la esencia divina".

Yo creo que, dentro de estas escuetas palabras de Catalina, hay una verdad simple, pero profunda: el origen de su visión del prójimo y la causa de su profundo respeto por la persona individual es su experiencia contemplativa. Lo que Catalina recibe en la oración y contemplación es lo que Domingo recibió antes que ella: no sólo el mandamiento divino de amar a su prójimo como ella misma había sido amada, sino una inolvidable intuición que va más allá de las consecuencias de la miseria humana, un vislumbre de la gracia y de la dignidad ocultas en cada persona. Esta visión del prójimo afectó tan profundamente a Catalina que, en una ocasión, comentó a Raimundo de Capua que, si él pudiera ver como ella veía esta belleza, la belleza interior y oculta de la persona individual, sería capaz de sufrir y morir por ella. "Oh Padre… si pudieras ver la belleza del alma humana, estoy convencida de que estarías dispuesto a morir cien veces, si esto fuera posible, por la salvación de una sola alma. Nada en este mundo sensible que nos rodea puede compararse en hermosura al alma humana".

La afirmación de estar dispuesta a morir cien veces por el hermano parece extrema, pero es típica de Catalina. En otro lugar Catalina escribe: "¡Aquí estoy, pobre desdichada, viviendo en mi cuerpo y, sin embargo, constantemente fuera de él en el deseo! ¡Ah, amable y buen Jesús!, estoy muriendo y no puedo morir". "Estoy muriendo y no puedo morir", Catalina repite esta última frase varias veces en sus cartas. Dos siglos después, la mística carmelita Santa Teresa de Ávila usa también la misma frase, pero de un modo muy diferente. Fiel a su vocación carmelitana, su atención se centra enteramente y con profundo anhelo en Cristo, su Esposo. Sin Él, el mundo tiene escaso o nulo interés. Y así, en uno de sus poemas, Teresa nos dice que "está muriendo" de gran dolor espiritual, porque aún no puede "morir" físicamente y ser una con Cristo en el cielo:

"Sólo esperar la salida me causa dolor tan fiero que muero porque no muero".

Santa Teresa de Jesús, José de Ribera

Cuando Catalina utiliza la frase "muero porque no muero", no lo hace nunca para expresar un deseo de salir de este mundo. Por supuesto que Catalina, al igual que Teresa, anhela estar con Cristo, pero su pasión por Cristo la lleva, como dominica que es, a querer servir de cualquier modo posible al Cuerpo de Cristo, la Iglesia, que está en el mundo aquí y ahora. Su deseo angustioso procede de su conciencia de la limitación de todos sus esfuerzos. Escribe: "Muero porque no muero; reboso, pero no puedo rebosar a causa de mi deseo de renovación de la santa Iglesia por el honor de Dios y por la salvación de todos".

El misticismo de Catalina de Siena, como el de Domingo, es un misticismo eclesial, un misticismo de servicio y no de entusiasmo psicológico. Por supuesto, tanto para Catalina como para Domingo, Dios es siempre el primer foco de atención, pero nunca olvidan al prójimo y sus necesidades. En aquella ocasión en que un grupo de ermitaños rehusó abandonar su vida solitaria en los bosques, aún cuando su presencia en Roma era muy necesitaba por la Iglesia, Catalina les escribió inmediatamente, diciéndoles con sarcasmo mordaz: "Se diría que la vida espiritual se observa actualmente con demasiada ligereza si puede perderse por cambiar de lugar. Pareciera que Dios prefiere ciertos lugares y que sólo se le encuentra en el bosque y no en cualquier otro lugar en tiempo de necesidad".

Este pronto de Catalina no significa que no apreciara la ayuda y los apoyos que ordinariamente son necesarios para la vida contemplativa: la soledad, el retiro y el silencio, por ejemplo. Catalina respetaba particularmente el silencio, pero lo que no aprobaba en modo alguno era el silencio cobarde de ciertos ministros del Evangelio que, en su opinión, deberían estar gritando alto y claro en favor de la verdad y de la justicia. "Grita como si tuvieras un millón de voces", urgía ella, "es el silencio lo que está matando al mundo".

Dos siglos más tarde, en una carta enviada a España por el dominico Bartolomé de las Casas, leemos esa misma urgencia. Era el año 1545. Bartolomé ya había descubierto, con no pequeño valor, que su vocación consistía en ser la voz que aquellos que no tenían voz. Viéndose diariamente confrontado con la apabullante degradación y tortura de gente inocente a su alrededor, estaba decidido a no permanecer callado por más tiempo. "Creo", escribió, "que Dios quiere que yo llene el cielo y la tierra, y otra vez toda la tierra, con gritos, lágrimas y gemidos".

Las Casas no fundamentó la fuerza de este desafío en la mera emoción. Una y otra vez vemos al predicador dominico apelando en sus escritos a lo que él llamó la "inteligencia de la fe". Según Las Casas, el mejor modo de alcanzar la verdad evangélica era "encomendarse decididamente uno mismo a Dios y penetrar profundamente hasta encontrar los cimientos". Era en este nivel de meditación humilde, pero persistente, en el que Bartolomé encontró no sólo la verdad sobre Dios, sino a Dios mismo, el Dios de la Biblia, el Padre de Cristo Jesús, el Dios vivo que, en palabras del propio Bartolomé, tiene "memoria fresca y viva de los más pequeños y de los más olvidados".

Al consentir estar expuesto él mismo de ese modo al rostro de Cristo crucificado en el afligido, Bartolomé fue verdadero hijo de su padre Domingo, porque Domingo era un hombre poseído no sólo por una visión de Dios, sino también por una profunda convicción interna de las necesidades de las personas. Y era a los hombres y mujeres de su propio tiempo, a sus contemporáneos, cuyas necesidades había sentido en su oración casi como una herida, a los que Domingo quería comunicar lo que había aprendido en la contemplación.

En el corazón mismo de la vida de Domingo, como principio y como fin, existía un intenso y contemplativo amor de Dios. Pero al leer las primeras crónicas sobre la vida de oración de Domingo, lo que también llama inmediatamente la atención es el lugar que ocupan los otros, los afligidos y oprimidos, en el acto mismo de la contemplación. Los "alii", los otros, no son simplemente receptores pasivos de la viva predicación de Domingo. Incluso antes del momento de la predicación, cuando Domingo se convierte en una especie de canal de gracia, esas personas, los afligidos y oprimidos, ocupan "el más íntimo recinto de su compasión". Incluso forman parte del "contemplata" en "contemplata aliis tradere". Escribe Jordán de Sajonia:

"Dios había concedido a Domingo una gracia especial para llorar por los pecadores y por los afligidos y oprimidos; cargó con sus miserias en el más íntimo recinto de su compasión, y la cálida simpatía que sentía por ellos en su corazón desbordaba en las lágrimas que caían de sus ojos".

Por supuesto que, en parte, esto significa sin más que, cuando Domingo ora, se acuerda de interceder por las personas que él sabe que están en necesidad, especialmente por los pecadores. Pero hay algo más, una "gracia especial", por usar la expresión de Jordán. La herida del saber que abre el corazón y la mente de Domingo en la contemplación, permitiéndole experimentar en toda su crudeza el dolor y la necesidad de su prójimo, no puede ser atribuida ni a las múltiples experiencias de dolor observadas ni a su propia simpatía natural. La herida apostólica que Domingo recibe, y que le capacita para actuar y predicar, es una herida contemplativa.


Conclusión.


Recuerdo que, cuando era novicio en la Orden, pregunté acerca de la contemplación a uno de los sacerdotes de la casa, un hombre maravilloso llamado Cahal Hutchison. "¿Cuál es el secreto de la contemplación dominicana?", pregunté. El padre Cahal dudó por un momento, me sonrió y después dijo: "Hermano Paul, nunca se lo digas a los carmelitas o a los jesuitas, pero nosotros no tenemos otro secreto que el del Evangelio". "No obstante", continuó, "como dominico que soy, puede revelarte las dos grandes leyes de la contemplación". Inmediatamente, con el entusiasmo propio de un novicio, saqué papel y lápiz. Cahal dijo: "La primera ley es orar. Y la segunda ley es seguir orando". Quizás, hermanos míos, esto es lo primero y lo último que puede decirse sobre este tema.

Fuente