jueves, 26 de diciembre de 2019

En La Buhardilla

En honor al estreno de la nueva adaptación de Mujercitas, dejo aquí la traducción en verso que hice en su momento del poema In The Garret, de la segunda parte de la novela, llamada Good Wives (Buenas Esposas):

Cuatro pequeños arcones, en fila formados,
Opacados por el polvo y por el tiempo ajados,
Todos decorados y atestados, largo tiempo atrás,
Por niñas ahora en plena edad.
Cuatro pequeñas llaves, colgando lado a lado,
Otrora alegres y brillantes sus lazos decoloridos,
Con infantil orgullo una vez atados,
En un día lluvioso, allá en el pasado.
Cuatro pequeños nombres, uno en cada tapa,
Por una mano infantil tallados;
Bajo ellos escondidas yacían
Historias de la alegre pandilla
Que otrora aquí jugara y cada tanto se detuviera
a oír el suave refrán
que sobre el alto techo fuera y viniera,
En el caer de la lluvia veraniega.

“Meg”, lee la primera tapa, suave y bello.
Con ojos cariñosos miro dentro,
Pues doblado con familiar esmero
un bondadoso depósito encuentro,
de una vida pacífica el testimonio cierto:
Regalos para una dulce hija,
Un vestido para la novia, cartas a una esposa,
El mechón de un bebé, un zapato pequeño.
No quedan ya juguetes, en este arcón primero:
Han sido todos llevados ya,
A unirse otra vez, en su anciana edad,
Con Meg en nuevo papel y nuevo hogar.
¡Oh, madre feliz! Bien sé yo
Que cual dulce refrán te esperan,
Siempre simples y suaves arrullos,
En el caer de la lluvia veraniega.

“Jo” dice la siguiente, borroneado y gastado,
Y de entre la abigarrada reserva
De muñecas decapitadas y manuales deshojados,
pájaros y bestias de voz ya muerta,
Botines de un campo de ensueño traídos,
Solamente por jóvenes pies hollado;
Sueños de un futuro jamás venido,
Recuerdos de un aún dulce pasado,
Cartas de abril, frías y tibias,
Diarios de una niña voluntariosa,
Indicios de una mujer en juventud envejecida,
Una mujer en una casa solitaria,
Cual triste refrán oyendo,
“Sé amable, amor, y el amor vendrá”
En el caer de la lluvia veraniega.

¡Mi Beth! Siempre es barrido el polvo
De la tapa que lleva tu nombre,
Como por ojos amantes y llorosos,
Como de manos siempre cuidadosas recibiendo lustre.
La muerte nos ha dado una santa,
Más divina que humana;
y aún con tierna protesta ponemos
reliquias en este santuario hogareño:
La campana de plata, tan escasamente tocada;
La gorra última que usó,
La bella Catalina que colgaba,
Sobre su puerta, por ángeles cargada.
Las canciones que sin lamento,
En su casa-prisión de dolor cantaba;
Mezclados para siempre han de quedar,
En el caer de la lluvia veraniega.

Sobre el campo pulido de la última tapa,
En leyenda ahora bella y verdadera,
Un gallardo caballero en su escudo lleva,
“Amy” en oro y azur emblazonada.
Allí dentro las redecillas que su cabello retuvieron,
Zapatillas que a su última danza tiempo ha asistieron,
Flores marchitas con cuidadoso celo guardadas,
Abanicos cuyo ventilante afán han abandonado,
Alegres valentines, ardientes llamas,
Naderías que su papel han realizado,
En femeninos miedos, vergüenzas y esperanzas,
De un corazón doncel la semblanza.
Aprende ahora más bellos y verdaderos encantos,
Escuchando, cual despreocupado refrán,
De campanas de boda el argentino tintinear,
En el caer de la lluvia veraniega.

Cuatro pequeños arcones, en fila formados,
Opacados por el polvo y por el tiempo ajados,
Cuatro mujeres, en penas y dolores enseñadas,
A amar y trabajar en su edad privilegiada.
Cuatro hermanas, separadas por un suspiro,
Ninguna perdida, solo una adelantada,
y por el poder del amor inmortal hecha,
Para siempre más querida y más cercana.
Oh, cuando estos nuestros tesoros
Aparezcan abiertos ante el Padre celestial,
En horas doradas se muestren ricos,
Obras aún más bellas por su luz a brillar;
Vidas cuya música valerosa haya de resonar,
Cual removedora fuerza espiritual;
Almas que han de alegres cantar y volar,
Bajo el sol sin par que tras la lluvia ha de brillar.

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